¿Somos todos Carlos Fuentealba?
José Luis Brés Palacio
Ésta no fue una Samana Santa tan santa. Un proyectil de gas lacrimógeno tirado a quemarropa contra el profesor neuquino Carlos Fuentealba no sólo cegó la vida del docente sino que también dio en el blanco de un sistema que, tarde o temprano, deberá ser revertido.
El feudalismo como forma política típica de la mayoría de las provincias argentinas puede entrar en crisis. Y digo “puede” porque después del “que se vayan todos” y se quedaran todos, ya no hay hipótesis definitivas en la política argentina.
Provincias convertidas en feudos (Corrientes, La Rioja, entre otras) o en el patio de juegos de una caterva que llegó al poder sin haberlo siquiera pensado y ahora se comportan como los patrones de estancia de sus vecinas (Chaco es el mejor ejemplo).
Unos y otros (señores feudales y patroncitos de estancia) tienen como marcas el nepotismo, la mediocridad, la compra de los medios masivos de comunicación (conciencias de periodistas incluidas en el “pack”) y el autoritarismo. Principalmente, el autoritarismo.
A nadie se le ocurriría en medios de prensa de Chaco o Corrientes publicar las miserias de los gobernantes sin saber que dos mecanismos perversos se abatirán sobre él: el peso de la pauta oficial y los mecanismos de autosensura que se les han vuelto moneda corriente a la mayoría de los periodistas de esta vapuleada zona del país.
Sin embargo, quién sabe por qué capricho del sino tragicómico argentino, cuando se supo del fusilamiento de Fuentealba, un sentimiento casi olvidado en nosotros resucitó en todo argentino bien parido: la solidaridad. Esa virtud humana que nos acerca al otro a partir de su sufrimiento, el que vivimos como si fuera propio.
La frase disparadora para muchos fue la que atronó una y otra vez en los celulares en la mañana del Viernes Santo: “Las tizas no se manchan con sangre. Hoy, somos todos Carlos Fuentealba” y nuestra memoria mutilada se recompuso un poco. Como en el Aleph borgiano, todos los argentinos nos volvíamos uno; y uno, todos. Porque; así como las hijas de Carlos Fuentealba se transformaron en hijas de cada argentino, cada alumno del asesinado se volvió alumno de cada docente argentino.
Claro que habrá que insistir con aquello de no generalizar. Y esto es también aplicable al caso.
Las hijas de Fuentealba no son hijas cualquier argentino. Los alumnos de Fuentealba no son alumnos de cualquier docente.
Quedan afuera:
los fascistas que mandan reprimir
los cobardes que no se hacen cargo de sus actos
los autoritarios que creen que quien está contra él debe ser eliminado
los docentes mediocres, obsecuentes y analfabetos políticos
los periodistas que mienten en nombre o por orden del poder
los impunes que aún no pagaron por sus crímenes
los insignificantes, los intrascendentes, los tiranos, los vacíos, los déspotas, los banales, los alfeñiques mentales, los autócratas, los anodinos, los opresores, los insubstanciales, los injustos, los del montón, los intolerantes, los pueriles, los mezquinos, los superficiales, los monigotes, los desleales, los peleles, los retrógrados y los mamarrachos, entre otros.
Como se verá, no todos somos Carlos Fuentealba.