Y salió nomás
José Luis Brés Palacio
El amanecer del 15 tuvo un sabor distinto. Argentina había salido del clóset. Y de la mejor manera. Una sensación de que habíamos dado un paso como sociedad se presentaba como inevitable sensación. Es que con la aprobación de matrimonio igualitario, Argentina dio un salto en la dirección de concretar lo que Sandra Russo calificó como un “cambio de paradigma”.
Y no fue una salida alocada como hubiera sido la aprobación de la unión civil, que habría significado salir del clóset para quedar encerrados en el dormitorio. Muy por el contrario, los seis años que las organizaciones invirtieron en la elaboración del proyecto dieron merecidos frutos.
Pero, el avance es mucho más ponderable si tenemos en cuenta que, generalmente, las leyes van por detrás de los avances de conciencia de la mayoría. Esta ley hace punta y genera, por su sola existencia, un progreso. Le ganó al inconsciente colectivo por nocaut. Y lo madrugó.
Otro aspecto significativo es que esta ley cambia la idea que tenemos de las leyes. El argentino medio (y el latinoamericano, me animaría a decir) tiene la concepción punitiva de la ley. Algunos apotegmas de esta ideología son: “la ley castiga”, “la ley prohíbe”, “la ley condena”. Pues, a ninguno de estos responde la ley de matrimonio igualitario. Y los argentinos deberemos reconocer que es mucho más auspicioso el consagrar leyes que incluyan, que amparen, que protejan.
Presos de la ideología de la ley que obliga quedaron aquellos que se oponían a la ley en la falsa creencia de que, tras ser aprobada, debían buscar a alguien de su mismo sexo para casarse. Falaces, mentecatos y, fundamentalmente, trasnochados.
De ahora en más, la democracia concebida como polifonía de minorías (más allá de sus cuantificaciones numéricas) deberán ponerse a pensar cómo incluir, amparar y proteger a sectores vulnerables de nuestra sociedad. Que los hay, y cómo.
Por último, en esta nueva sociedad que a ojos vista queremos ser, deberemos dejar de ver nuestros propios intereses personales o de grupo como los únicos existentes. Deberemos aprender que nuestro deber como democracia y sociedad civilizada es ser cada vez más democráticos y civilizados, una tarea humana que, por suerte, será siempre inconclusa.