Mientras tanto
José Luis Brés Palacio
Es jueves, llovizna sobre Resistencia. Pero no importa. Porque está jugando Argentina su segundo partido en el Mundial de Fútbol. Y no me importa. Es para mí tan interesante que la selección argentina gane o pierda como que en Los Ángeles ganen los Lakers o los Celtics.
Y sin embargo, hay la sensación de que algo me estoy perdiendo. Es que, aunque me mantengo al margen de las circunstancias del partido, no puedo evitar lo que alrededor sucede. Gol de Argentina. Uno a cero. De pronto, estalla un grito colectivo que parece salido de una sola garganta. Miles de voces son una. “Ésa es la voz de Argentina”, pienso. “Ésa es la voz de mi Argentina”, me corrijo.
El partido parece continuar. Me lo dice el silencio abrumador. Tanto como aquel de la antesala de terapia intensiva cuando esperamos que los médicos vengan a darnos las “nuevas” respecto de la salud de la tía Carmen. Buenas o malas. El destino de toda la familia depende de lo que nos digan. Y el silencio, ése contundente e insoportable, inunda el ambiente. Y nos inunda. Y nos hunde.
Gol. Argentina dos, Corea de del Sur cero. Argentina vuelve a gritar afuera. Pero, en realidad, soy yo el que está afuera. Afuera de la pasión, de la pasión nacional. Y también afuera de los que, mientras algo que importa absolutamente a casi todos, leen Kafka o escuchan a Beriloz, como dice Copani (1). Y esto, quizás, sea peor, porque estoy seguro de que si Kafka y Beriloz vivieran estarían mirando el partido. Y es un pelmazo esto de que no pueda sumarme a una pasión tan compartida. Intento. Pero, no puedo.
Sonamos, gol de Corea. Aunque el “ah” general no sonó muy preocupado. El triunfo es tan latente y tan posible como el empate. De pronto, los ruidos se vuelven normales. La gente comienza a aparecer nuevamente escupida por los televisores. Entretiempo. En el patio interno del lugar donde estoy, hay humo, nerviosismo y preocupación. La puerta de terapia intensiva sigue cerrada. No sabemos si tía Carmen tendrá otra oportunidad. El destino de Argentina pende del segundo tiempo.
Tan pronto como termino el cigarrillo, todos vuelven a desaparecer chupados por las pantallas. El silencio vuelve a convertirse en denso e insufrible. La puerta de terapia no se abre y el partido que parece no avanzar. Mientras tanto, tía Carmen y Argentina, con destino incierto.
El tiempo parece en animación suspendida. Mientras tanto, me imagino a los “cultos” despotricando contra “los negros de mierda” a los que sólo le importa el fútbol; y a los “negros” que ni se acuerdan que los “cultos” siquiera existen.
Gol. Tres a uno. Parece que Argentina puede estar más tranquila. De tía Carmen, ni noticias.
Sigo tratando de masticar este bocado difícil de que no me importe lo que apasiona a los que me importan. Pero por más que intento, no puedo evitar que el fútbol me aburra. Y sigo martillando estas palabras.
Listo. Cuatro a uno. Ahora sí hay tranquilidad y alegría en la garganta argentina. Ahora sí el tiempo vuelve a acelerarse. Falta poco. Y se escuchan pasos del otro lado de la puerta de terapia.
Los amantes de Kafka y Beriloz seguramente seguirán solos. Yo también.
El partido termina. La puerta de terapia se abre.
Argentina tiene posibilidades. Tía Carmen, también.
(1) Escuchar Los cultos. Letra y música de Ignacio Copani.
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