El 1 de Mayo es anarquista, compañeros
Silencio, compañeros.
Que hoy nuestros tambores
toquen a muerto.
Porque los cuerpos de los compañeros ahorcados
aún oscilan en el cadalso de la Historia.
Porque la dignidad del compañero
que prefirió tragar una bomba
aún debe estallarnos en la garganta.
Porque el grito de los compañeros masacrados
sigue acompañando cualquier lucha obrera
aunque sus bocas hayan sido silenciadas
y junto con sus cuerpos yazcan desde entonces
en tumbas anónimas.
Silencio, compañeros.
Que hoy nuestros tambores
toquen a muerto.
Por los Mártires de Chicago.
Y por los seis muertos
del 2 de mayo de 1886.
Y por los treinta y ocho
del 4 de mayo de 1886.
Y por los miles de compañeros
que por nosotros
corrieron igual desgracia.
Marcados por la injusticia murieron todos.
Signados por la gloria reviven
cada vez que un obrero
alza su voz contra la injusticia…
o levanta su mano
contra el opresor…
Silencio, compañeros.
Que hoy nuestros tambores
toquen a muerto.
Porque todavía George Engel sigue preguntando:
“¿Por qué razón se me acusa de asesino?”
Y su misma voz sigue respondiendo:
“Por la misma que tuve que abandonar Alemania,
por la pobreza,
por la miseria de la clase trabajadora.
Aquí, en el país más rico del mundo,
hay muchos obreros que no tienen lugar
en el banquete de la vida.
Aquí he visto a seres humanos
buscando algo con que alimentarse
en los montones de basura de las calles”.
Y, ante la sentencia de muerte,
fue capaz de decirles a los jueces:
“Mi más ardiente deseo
es que los trabajadores sepan
quiénes son sus enemigos
y quiénes son sus amigos”.
Silencio, compañeros.
Que hoy nuestros tambores
toquen a muerto.
Porque Albert Parsons,
el abdicante de su fortuna familiar
por haberse enamorado de una
mexicana indígena,
sigue apelando a la conciencia
de los que trabajan con la palabra:
“No podéis negar que vuestra sentencia
es el resultado del odio de la prensa burguesa,
de los monopolizadores del capital,
de los explotadores del trabajo...
y de los que creen que el pueblo
no tiene más qué un derecho
y un deber: el de la obediencia”.
Silencio, compañeros.
Que hoy nuestros tambores
toquen a muerto.
Porque Adolf Fisher sigue insistiendo:
“He sido tratado aquí como asesino
y sólo se me ha probado que soy anarquista.
Pero si yo he de ser ahorcado
por profesar mis ideas,
por mi amor a la libertad,
a la igualdad
y a la fraternidad,
entonces
no tengo nada que objetar.
Si la muerte es la pena
a nuestra ardiente pasión
por la redención de la especie humana,
entonces yo lo digo muy alto:
disponed de mi vida.
Este veredicto
es un golpe de muerte
dado a la libertad de imprenta,
a la libertad de pensamiento,
a la libertad de palabra.
El pueblo tomará nota de ello.
Es cuanto tengo que decir”.
Silencio, compañeros.
Que hoy nuestros tambores
toquen a muerto.
Porque, a su turno, Louis Lingg,
erguido como trágico héroe, espetó
a sus inmorales jueces:
“¡Os desprecio;
desprecio vuestro orden,
vuestras leyes,
vuestra fuerza,
vuestra autoridad!
Permitidme que os asegure
que muero feliz,
porque estoy seguro
de que los centenares de obreros
a quienes he hablado
recordarán mis palabras,
y cuando hayamos sido ahorcados,
ellos harán estallar la bomba”.
Esa misma bomba
que Lingg se llevó a la garganta
un día antes
de que el sistema lo ejecutara.
Esa misma bomba
que deberá seguir estallando
en las gargantas de los justos.
Silencio, compañeros.
Que hoy nuestros tambores
toquen a muerto.
Porque las palabras de Albert Spies
todavía penden sobre las cabezas
de los verdugos de todos los tiempos
y de las de sus cómplices…
también de todos los tiempos.
“La voz que vais a sofocar
será más poderosa en el futuro
que cuantas palabras pudiera yo decir ahora”.
Y esa sentencia, aún vive.
Y su voz no pudo
ni podrá
ser callada jamás.
Por todo esto,
silencio, compañeros.
Que hoy nuestros tambores
toquen a muerto.
Y porque el 1 de Mayo
es anarquista,
compañeros.
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