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12.3.13

El llanto y la palabra






Fito Paniagua | Contacto



A casi una semana de su muerte, poco es ya lo que se puede decir de Hugo Chávez. Sin embargo, el autor se inspira en una nota publicada en Página 12, donde se reivindica al líder bolivariano por haber roto el silencio. Como a María, él la 
hizo persona. Le dio voz.


Es poco lo que se puede decir de Hugo Chávez, a una semana de su muerte. En los últimos siete días abundaron comentarios y opiniones de todo tipo. Aun así, la nota de Guido Croxatto publicada en Página 12, Si yo me callo, inspira para decir algo más. 
“La muerte de Chávez nos debe hacer pensar lo primero que él rompió: el silencio”. Es verdad. Por eso molestaba tanto a la derecha y sus columnistas que Chávez hablara tanto, como molesta en la Argentina que lo haga la Presidenta.
“¡Por qué no te callas!”, le había increpado el rey Juan Carlos en la Cumbre Iberoamericana en Chile, en 2007, cuando el presidente de Venezuela denunció el apoyo del Gobierno español al golpe de Estado de 2002. Fue una muestra más de que España sigue pensando como en los tiempos de la Metrópolis y de que América Latina, con Chávez, empezaba a sentirse menos colonia.
Es cierto lo que dice Croxatto: “Autoritario es el silencio. El autoritario no pone palabra. Pone olvido. Desaparece”. Sin embargo, en el colmo del absurdo, los cómplices del silencio implantado por la última dictadura definen a Chávez como dictador, autoritario, tirano. Hacen lo mismo con Cristina Fernández. Si gozaran de esa “libertad” que tanto reclaman, ¿qué harían? La respuesta es imaginable.
Medios argentinos fueron por estos días a Puebla, México, para denunciar ante la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la organización de propietarios de diarios y periódicos del continente, que en la Argentina “el clima que afecta a la prensa continúa deteriorándose”.  “Clima deteriorado”. Aquí las palabras no son claras; son difusas, oscuras…
En cambio, la palabra de Chávez es clara. Es la que desnudó, en cuanto escenario pudo, 500 años de sojuzgamiento y expoliación, y mostró la América Latina conquistada en carne viva, llena de miseria, hambre, atraso, ignorancia y muerte.
Chávez empezó a hablar de lo que nadie quería hablar ni escuchar. Por eso, los autoritarios, las dictaduras mediáticas piden silencio. Quieren que vuelvan a callar los millones de latinoamericanos que ahora tienen voz, como esos cientos de miles que salieron a las calles de Caracas a despedir a su líder, a su comandante, a su presidente, a su padre… y testimoniaron su dolor con lágrimas y también con palabras.
Antes lo habían hecho bajando de los cerros, durante el Caracazo, en febrero de 1989. Esa vez fue para morir o, si se salvaban de los tiros del Ejército que salió a reprimirlos, seguir muertos en vida. Esta vez fue para mostrar al mundo que están vivos y que hay esperanza de más vida si, como gritaban, “la lucha sigue”.
Reflexiona Croxatto: Bourdieu “diría que la acusación de autoritario a Chávez es la contracara cómica pero necesaria del silencio del verdadero autoritarismo, que la prensa jamás denuncia (si hubieran defendido a los desaparecidos con la mitad de pasión y urgencia con que defendieron a los supermercados, cuánto más digna sería nuestra palabra). Cortázar  […] diría que usan mal las palabras a propósito, para confundir. Porque su misión es el silencio”.
En una de las pocas columnas de opinión del diario español El País que pudieron leerse por estas horas sin indignarse, Los “monos” de Chávez, Román Orozco recuerda a María del Cruz Godoy, de 60 años: “‘A mí, Chávez me hizo persona’. Le enseñó, como a otros cientos de miles de venezolanos, a leer y a escribir. Y le dio de comer”. Le dio la posibilidad de la palabra. Le puso palabra.

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