La Matanza
Los diarios Clarín y La Nación montaron un escándalo sobre los dichos de Cristina Fernández respecto de la Universidad de La Matanza, en su visita a Harvard. Sin embargo, ninguno de esos medios consignó que del escrache frente al hotel de Nueva York participaron los hijos de dos socios del estudio Martínez de Hoz, Grondona & otros, que desde 2002 litigan en el Ciadi contra la Argentina en representación de empresas extranjeras. Ni le asignaron más que unas líneas a los fondos buitre que impulsaron el cuestionario de preguntas para la Presidenta.
Por Horacio Verbitsky, Página 12. Clarín y La Nación montaron un escándalo sobre la referencia presidencial a la Universidad de La Matanza, con oportunas columnas de sus respectivas estrellas, Jorge Lanata y Beatriz Sarlo, pero informaron en forma parcial y/o distorsionada sobre qué había dicho y en respuesta a qué pregunta.
Un estudiante argentino preguntó en forma respetuosa sobre la inflación y el “cepo cambiario”. Cristina le contestó también en forma muy seria sobre la necesidad de asignar las divisas a fines útiles para el conjunto de la sociedad y no al atesoramiento de algunos sectores, como ocurrió en las crisis históricas que arruinaron a millones. También mencionó a los miles de argentinos que acudieron a Las Vegas para alentar a Maravilla Martínez y al propio autor de la pregunta:
–Estás acá, problemas de dólares no debés tener. ¿Vos sabés la cantidad de argentinos que ni siquiera podrán llegar a la Universidad de La Matanza, nunca? Vos tenés la suerte de estar estudiando en Harvard.
La segunda mención fue en respuesta a la pregunta de otro argentino que se consideró privilegiado por poder preguntar. CFK se detuvo en la “frasecita” que “no se lo contesté a tu anterior compañerito, sobre el tema de que ‘soy uno de los pocos privilegiados`”. Recién entonces dijo:
–Chicos, estamos en Harvard, por favor, esas cosas son para La Matanza, no para Harvard.
No fue una de sus respuestas más precisas y es inevitable que se abra a interpretación, como es frecuente con el lenguaje hablado. Pero la única lectura que se impuso en los diarios accionistas de Papel Prensa fue que Cristina había menoscabado a la Universidad y a los estudiantes del más nutrido municipio del país. Nadie arriesgó ni siquiera como hipótesis que hubiera sido una continuación del razonamiento anterior, con un contraste implícito entre el supuesto privilegio de preguntar y el verdadero privilegio de estudiar en Harvard, que a mí me parece evidente, dada la cantidad de veces que en la Argentina CFK se ha referido con orgullo a ésa y otras universidades del conurbano, a las que acceden por primera vez hijos de familias obreras que nunca antes habían pisado un aula universitaria y a la fuerte inversión del gobierno nacional en esos felices vehículos del ascenso social. “Una descalificación propia de una señora gorda”, la desdeñó mi viejo compañero en la guerrilla peronista Ricardo Roa. Sarlo, cuya actividad principal es el análisis del discurso en la literatura y en los medios, interpretó que fue “una ironía barata y ambigua, que las preguntas no eran dignas de esa universidad, sino de La Matanza”. Lanata (quien siempre se presenta como fundador de Página/12, diario al que otros hemos hecho perdurar un cuarto de siglo, y nunca como fundador de Crítica, XXI o Data54) citó la frase “Estás acá, ¿no? ¿qué problema tenés con el dólar?” pero omitió la referencia inmediata a La Matanza que da sentido a lo anterior y lo posterior. Y renglón seguido mencionó a un estudiante sanjuanino “que terminó la conferencia con lágrimas en los ojos y temeroso de una eventual reacción presidencial”, porque Cristina le había preguntado de dónde era. Con esa introducción, pasó a referirse a cómo se construye el miedo: “El miedo a preguntar, a decir su nombre, a dar referencias personales planeaba por quienes cacerolearon en Nueva York y quienes preguntaron en Boston. ¿Miedo a qué? Como siempre sucede con el miedo, no pueden describirlo con precisión: la AFIP, la familia en Buenos Aires, miedo”.
Hablemos del miedo, entonces. Como si fueran poca cosa los insultos y deseos mortuorios que prevalecieron en la marcha del 13 de septiembre en la Capital Federal, esta semana se convocó a las cacerolas no a sonar en la plaza pública sino a la puerta del domicilio de Guillermo Moreno, con un afiche en el que aparece dentro de un ataúd y con un disparo en la frente. Clarín dedica una columna al presunto malestar judicial por la excusación de Norberto Oyarbide (porque también él padeció un escrache frente a su domicilio) y recién al final y sin subtítulo ni foto consigna la denuncia del Gobierno por la explícita instigación a matar a Moreno y a su madre, que formó parte de la convocatoria. Incluso, conjetura que el verdadero propósito del Ministerio de Justicia sería “investigar oficialmente en las redes sociales porque cree que las protestas sociales son convocadas por una organización y no son espontáneas”, cosa que a esta altura no es opinable. Otra nota se titula “Moreno insultó a los caceroleros y el Gobierno les hizo una querella”, en una reinterpretación poco sutil de los hechos, pasando por alto que los acusados no fueron quienes se manifestaron frente al domicilio del secretario, sino algunos de quienes convocaron a matarlo con el tétrico cartel. La Nación, cuya postura política e ideológica aún no ha sofocado por completo el oficio periodístico, consignó recién ayer que la denuncia fue contra una “organización mafiosa” de la que formarían parte treinta blogueros y no contra quienes golpearon las cacerolas en Constitución. Pero el viernes tituló “Alak cargó contra los caceroleros: ‘Hay personas que han matado ídolos para trascender’” y la foto que ilustró la nota fue la de “unos pocos caceroleros que se acercaron a la casa de Moreno” y no la del afiche criminal. También destacó la frase de Moreno sobre la anatomía de los caceroleros por sobre la amenaza contra su vida. Ninguno de esos medios consignó tampoco que del escrache frente al hotel de Nueva York participaron los hijos de dos socios del estudio Martínez de Hoz, Grondona & otros, que desde 2002 litigan en el Ciadi contra la Argentina en representación de empresas extranjeras. Ni le asignaron más que unas líneas a la presencia en Harvard para impulsar el cuestionario a Cristina de la Fuerza de Tareas Argentina (ése es su nombre real) creada por los fondos buitre, que pretenden cobrarle al país 100 dólares más intereses por cada título de deuda que compraron por monedas luego de la moratoria de 2002. También minimizaron el rol en la preparación de las preguntas del funcionario del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Juan Maquieyra. Clarín sólo lo nombró para afirmar que partidarios del gobierno “lo demonizaron” en Facebook y Twitter y ninguno informó sobre su rol en la instalación de la carpa verde que las patronales agropecuarias plantaron frente al Congreso mientras se discutían las retenciones en 2008 y en la oposición a la recuperación del sistema provisional que el menemismo había entregado a los bancos. Nada de esto lo inhibe de preguntar y opinar, cosa que hizo con la misma libertad de la que gozan todos quienes detestan a este gobierno que otros valoramos. Pero agraviarse por las frontales respuestas de CFK y su decisión de defender con todos los argumentos posibles tanto las buenas como las malas políticas de su gobierno, mientras se ocultan estos datos y se trivializa la circulación de un afiche aún más sórdido que el histórico “Viva el Cáncer” (que celebró la muerte de Evita pero no invitó a causarla), es una burda incongruencia, propia de lo que Sebastián Etchemendy (politólogo de la Universidad de San Andrés, cuya idea de excelencia se inspira antes en Harvard que en el conurbano) caracterizó como el progresismo liberal y/o el institucionalismo vacío. Lo menos que puede decirse es que el nombre de La Matanza ha sido invocado en vano o en el debate equivocado.
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