Una foto, un silencio, 30.000 desaparecidos
Hace poco más de un mes, un grupo de genocidas saludaba, con escarapelas en el pecho, la elección de Bergoglio como papa. Horas después, el desaire de Francisco a un cardenal acusado de encubrir a pederastas conmovía al mundo. ¿Por qué la Iglesia nada dijo sobre aquel festejo en pleno juicio por crímenes de lesa humanidad? ¿Acaso un torturador es mejor que un pederasta?
Por Marcos Salomón
Jorge Begoglio ya era Francisco cuando la última dictadura cívico-militar, corporizada en Luciano Benjamín Menéndez (y otros genocidas), saludó la elección del argentino como papa, luciendo una escarapela papal en su pecho, durante una audiencia del juicio por la megacausa La Perla, el más siniestro centro clandestino de detención y desaparición que funcionó en Córdoba (14 de marzo de 2013).
Sólo
un día después, en los principales medios del mundo se multiplicaba una noticia
atribuida al diario italiano Il Fatto
Quotidiano: “En un inesperado encuentro, cuando fue a visitar la Basílica
Santa María la Mayor, el Papa se cruzó con el cardenal Bernard Law, acusado de
haber encubierto a más de 250 curas pederastas en los Estados Unidos”. El
casual tropiezo “no fue cordial ni mucho menos, el líder religioso no tuvo
empacho en comentar a los acompañantes: 'No quiero que frecuente esta
Basílica’” (15 de marzo de 2013).
Saludada
como una valiente demostración ante una Iglesia jaqueada por la pederastia,
“abuso sexual cometido con niños”, según la Real Academia Española (pedofilia
es la “atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños o
adolescentes”), es dable preguntarse: ¿acaso un dictador, genocida, torturador
y asesino es mejor que un pederasta?
Sin embargo, la jerarquía eclesiástica hizo el mismo mutis por el foro, o no vio o miró para otro lado mientras la televisión y los diarios mostraban a Menéndez y compañía exhibiendo, orgullosos, la cinta papal.
Sin embargo, la jerarquía eclesiástica hizo el mismo mutis por el foro, o no vio o miró para otro lado mientras la televisión y los diarios mostraban a Menéndez y compañía exhibiendo, orgullosos, la cinta papal.
¿La
Iglesia guardaría el mismo silencio si un homosexual, la mujer forzada a
abortar –y condenada al escarnio público por el jefe de Gobierno porteño, Mauricio
Macri– o dos argentinos que se unen en matrimonio igualitario hubiesen exhibido
esas cintas papales saludando la elección de Jorge Bergoglio como jefe del
Estado vaticano?
En
1998 (el 16 de marzo, para ser precisos), el Vaticano, por medio de un
documento, pedía perdón por “la pasividad” de la Iglesia católica ante el Holocausto.
Pasaron casi cuatro décadas entre el horror nazi y las disculpas. Más o menos
el mismo tiempo transcurrido, 30 años, desde el fin de la dictadura militar,
¿tal vez un buen momento para pedir disculpas por la “pasividad” de la Iglesia católica
frente la más sangrienta dictadura cívico-militar de la Argentina del siglo XX?
También
un gesto necesario frente a las acusaciones contra Francisco, cuando era
Bergoglio, por su actuación durante los oscuros siete años que separan al 24 de
marzo de 1976 del 10 de diciembre de 1983. Por ahora, sólo tenemos una foto, un
silencio y 30.000 desaparecidos.
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