La espera como factor de dominación
Una larga cola para comprar gas en Corrientes. | El Litoral.
Fito Paniagua | Contacto
▪ Casi todos los días, en cualquier parte, en los bancos, en organismos públicos, en los hospitales, la regla es hacer cola. De eso habla Javier Auyero en su libro Pacientes del Estado, donde plantea que hacer esperar es parte de la arbitrariedad. Las empresas privadas también obligan a sus usuarios y clientes a ser pa(de)cientes. El servicio del transporte es un ejemplo de hasta dónde puede llegar el maltrato.
Hace unas semanas en Resistencia, en los
locales de venta de la tarjeta magnética para viajar en colectivo. En estos
días, en Corrientes, en las distribuidoras que venden el gas subsidiado a 16
pesos. Casi todos los días, en cualquier parte, en los bancos, en organismos
públicos, en los hospitales. La regla es hacer cola.
Los que esperan todo lo que haya que esperar
para ser atendidos son, en verdad, “pa(de)cientes”,
un juego de palabras que ensaya Javier Auyero, autor de Pacientes del Estado, en el que sostiene que la tolerancia de los
pobres urbanos a las largas colas en instituciones públicas es una parte
esencial de la relación de dominación del Estado sobre los “parias urbanos”, al
decir de Loïc Wacquant.
La espera no sería el resultado de un plan
orquestado, sino la interiorización de una cultura, la educación política
callejera que termina convirtiendo en pacientes del Estado a quienes deberían
ser ciudadanos con derechos.
Auyero, hijo del líder de la democracia cristiana Carlos
Auyero, que falleció en 1997 de un infarto en el programa de Mariano Grondona,
plantea una “tempografía de la dominación”.
Cuenta el caso de Serenita, paraguaya de
origen, que vive en Argentina desde hace once años. Un día de 2008 se levantó a
las 5, esperó primera en la fila durante siete horas bajo la lluvia fuera del Registro
Nacional de las Personas (Renaper), y cuando llegó su “momento” el “burócrata
de calle” le dijo que ya no daban más números, que volviera a la tarde. Una
situación habitual para los habitantes de los márgenes sociales y
habitacionales de este país.
“Ser paciente del Estado es ser un esperante,
alguien que cada vez que se relaciona con el Estado tiene que ser pospuesto y
subordinado”, dice Auyero desde su oficina en la Universidad de Texas, Austin,
donde trabaja desde 2008 a Newsweek.
“La paciencia –que define las interacciones
entre los más pobres y el Estado– está definida por la arbitrariedad y la
incertidumbre, el peloteo según estos sujetos. ‘Paciente’ se define por
oposición a ‘ciudadano’. Muchas veces las redes clientelares aceleran el tiempo
de los más pobres, disminuyendo la espera”, explica.
Aun cuando Auyero lo plantee así, esa
dominación no es exclusiva del sector público. Los bancos privados y las
empresas concesionadas de servicios públicos, como el caso del transporte y del
agua y la luz, establecen las mismas relaciones con sus usuarios y clientes.
La espera es el factor crucial. Los sistemas
automáticos de atención al cliente de los bancos y otras empresas de servicios
son un ejemplo. La mayoría de las veces, todos los operadores están ocupados…,
con lo que el desaliento por el reclamo es también automático.
Se sabe que quienes viajan en colectivo lo
hacen, en su gran mayoría, porque no disponen de otro medio para trasladarse. Ellos
no solo deben abonar el boleto para viajar, sino que ahora, con la
implementación de las tarjetas magnéticas, deben hacer largas colas para
comprarlas y cargarlas.
Va contra toda lógica. Cuando alguien paga por
un servicio, el prestador debe facilitar todas las condiciones necesarias para
acceder a él. Sin embargo, en un sistema con usuarios y clientes cautivos, las
empresas se aprovechan de esa posición y no solo prestan un servicio
deficiente, sino que maltratan a los que pagan por él.
El caso del transporte es rayano en lo
esperpéntico. En la Argentina, las empresas reciben millonarios subsidios del
Estado. Basta con entrar a la página web del Ministerio del Interior y Transporte para saber cuánto recibe cada una de ellas e inferir sus ganancias
En febrero de este año, las empresas que
prestan el servicio en Resistencia (seis, según la Secretaría de Transporte)
recibieron 6.015.053,96. Una de ellas, casi 2,7 millones. Las cosas no son
diferentes en Corrientes. Un informe del diario La República indica que en la
ciudad de Corrientes las concesionarias recibieron en los dos primeros meses
del año casi 345.000 pesos por día, en promedio. En febrero último,
10.153.784,04, un poco menos que en enero (10.170.455,20). En 2013, los subsidios para la
capital correntina sumaron casi 108 millones de pesos.
A eso debe sumarse el negocio de las tarjetas.
¿Por qué los usuarios deben pagar por ellas? En Corrientes, la Tarjebús sale 20
pesos. Si se considera la cantidad de usuarios de una ciudad con algo más de
300.000 habitantes, el más grosero de los cálculos arroja un resultado que no
baja del millón de pesos.
En un artículo publicado en Norte, un
representante de la empresa dijo que en diciembre pasado había 52.000 tarjetas
de colectivos en circulación en Resistencia, de las cuales 35.000 se utilizan
con carné diferencial, es decir, estudiantes, jubilados, pensionados, etc. Esa
cifra será mayor cuando los colectivos funcionen solo con tarjeta, como está
previsto desde el 1 de junio.
Así las cosas, los pa(de)cientes no solo seguirán
haciendo cola para poder viajar, sino también para aportar grandes sumas de
dinero a un sistema que, lejos de mejorar en beneficio de quienes pagan el
servicio, encuentra salidas ingeniosas para continuar recaudando.
De no resistir esos atropellos, de continuar
resignándose a que las cosas son como son y nada se puede hacer, y creyendo que
el Estado es la única mano larga que se mete en nuestros bolsillos, no solo nos
convierte en pa(de)cientes asumidos, sino, lo que es peor, en lúmpenes sin
redención.
Para terminar de leer esta nota, aguarde un
momento, por favor...
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