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16.5.14

La espera como factor de dominación


Una larga cola para comprar gas en Corrientes. | El Litoral.





Fito Paniagua | Contacto



Casi todos los días, en cualquier parte, en los bancos, en organismos públicos, en los hospitales, la regla es hacer cola. De eso habla Javier Auyero en su libro Pacientes del Estado, donde plantea que hacer esperar es parte de la arbitrariedad. Las empresas privadas también obligan a sus usuarios y clientes a ser pa(de)cientes. El servicio del transporte es un ejemplo de hasta dónde puede llegar el maltrato. 

Hace unas semanas en Resistencia, en los locales de venta de la tarjeta magnética para viajar en colectivo. En estos días, en Corrientes, en las distribuidoras que venden el gas subsidiado a 16 pesos. Casi todos los días, en cualquier parte, en los bancos, en organismos públicos, en los hospitales. La regla es hacer cola.
Los que esperan todo lo que haya que esperar para ser atendidos son, en verdad,  “pa(de)cientes”, un juego de palabras que ensaya Javier Auyero, autor de Pacientes del Estado, en el que sostiene que la tolerancia de los pobres urbanos a las largas colas en instituciones públicas es una parte esencial de la relación de dominación del Estado sobre los “parias urbanos”, al decir de Loïc Wacquant.
La espera no sería el resultado de un plan orquestado, sino la interiorización de una cultura, la educación política callejera que termina convirtiendo en pacientes del Estado a quienes deberían ser ciudadanos con derechos.
Auyero, hijo del  líder de la democracia cristiana Carlos Auyero, que falleció en 1997 de un infarto en el programa de Mariano Grondona, plantea una “tempografía de la dominación”.
Cuenta el caso de Serenita, paraguaya de origen, que vive en Argentina desde hace once años. Un día de 2008 se levantó a las 5, esperó primera en la fila durante siete horas bajo la lluvia fuera del Registro Nacional de las Personas (Renaper), y cuando llegó su “momento” el “burócrata de calle” le dijo que ya no daban más números, que volviera a la tarde. Una situación habitual para los habitantes de los márgenes sociales y habitacionales de este país.
“Ser paciente del Estado es ser un esperante, alguien que cada vez que se relaciona con el Estado tiene que ser pospuesto y subordinado”, dice Auyero desde su oficina en la Universidad de Texas, Austin, donde trabaja desde 2008 a Newsweek.
“La paciencia –que define las interacciones entre los más pobres y el Estado– está definida por la arbitrariedad y la incertidumbre, el peloteo según estos sujetos. ‘Paciente’ se define por oposición a ‘ciudadano’. Muchas veces las redes clientelares aceleran el tiempo de los más pobres, disminuyendo la espera”, explica.
Aun cuando Auyero lo plantee así, esa dominación no es exclusiva del sector público. Los bancos privados y las empresas concesionadas de servicios públicos, como el caso del transporte y del agua y la luz, establecen las mismas relaciones con sus usuarios y clientes.
La espera es el factor crucial. Los sistemas automáticos de atención al cliente de los bancos y otras empresas de servicios son un ejemplo. La mayoría de las veces, todos los operadores están ocupados…, con lo que el desaliento por el reclamo es también automático.
Se sabe que quienes viajan en colectivo lo hacen, en su gran mayoría, porque no disponen de otro medio para trasladarse. Ellos no solo deben abonar el boleto para viajar, sino que ahora, con la implementación de las tarjetas magnéticas, deben hacer largas colas para comprarlas y cargarlas.
Va contra toda lógica. Cuando alguien paga por un servicio, el prestador debe facilitar todas las condiciones necesarias para acceder a él. Sin embargo, en un sistema con usuarios y clientes cautivos, las empresas se aprovechan de esa posición y no solo prestan un servicio deficiente, sino que maltratan a los que pagan por él.
El caso del transporte es rayano en lo esperpéntico. En la Argentina, las empresas reciben millonarios subsidios del Estado. Basta con entrar a la página web del Ministerio del Interior y Transporte para saber cuánto recibe cada una de ellas e inferir sus ganancias 
En febrero de este año, las empresas que prestan el servicio en Resistencia (seis, según la Secretaría de Transporte) recibieron 6.015.053,96. Una de ellas, casi 2,7 millones. Las cosas no son diferentes en Corrientes. Un informe del diario La República indica que en la ciudad de Corrientes las concesionarias recibieron en los dos primeros meses del año casi 345.000 pesos por día, en promedio. En febrero último, 10.153.784,04, un poco menos que en enero (10.170.455,20). En 2013, los subsidios para la capital correntina sumaron casi 108 millones de pesos.
A eso debe sumarse el negocio de las tarjetas. ¿Por qué los usuarios deben pagar por ellas? En Corrientes, la Tarjebús sale 20 pesos. Si se considera la cantidad de usuarios de una ciudad con algo más de 300.000 habitantes, el más grosero de los cálculos arroja un resultado que no baja del millón de pesos.
En un artículo publicado en Norte, un representante de la empresa dijo que en diciembre pasado había 52.000 tarjetas de colectivos en circulación en Resistencia, de las cuales 35.000 se utilizan con carné diferencial, es decir, estudiantes, jubilados, pensionados, etc. Esa cifra será mayor cuando los colectivos funcionen solo con tarjeta, como está previsto desde el 1 de junio.   
Así las cosas, los pa(de)cientes no solo seguirán haciendo cola para poder viajar, sino también para aportar grandes sumas de dinero a un sistema que, lejos de mejorar en beneficio de quienes pagan el servicio, encuentra salidas ingeniosas para continuar recaudando.
De no resistir esos atropellos, de continuar resignándose a que las cosas son como son y nada se puede hacer, y creyendo que el Estado es la única mano larga que se mete en nuestros bolsillos, no solo nos convierte en pa(de)cientes asumidos, sino, lo que es peor, en lúmpenes sin redención.
Para terminar de leer esta nota, aguarde un momento, por favor...

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