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30.5.14

Falsas noticias, verdaderos papelones



El papelón periodístico del año.

Marcos Salomón

¿Qué tienen en común la carta supuestamente trucha del papa a la presidenta con las banderas supuestamente robadas en Resistencia? La adjetivación aventurada sobre acontecimientos no chequeados debidamente dejan al descubierto que se ha renunciado a un principio básico del periodismo: desterrar los prejuicios para dar lugar a los hechos.  

¿Qué punto en común pueden tener el Vaticano, Buenos Aires y Resistencia? ¿Es comparable una carta trucha del papa Francisco a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner con el robo de banderas argentinas en el microcentro de la capital chaqueña?
Las respuestas son: el periodismo, a la primera. Y sí, el tratamiento periodístico, al segundo interrogante. Unidos, a su vez, por la más básica y bastardeada misión del periodista: chequear la información.
Los diarios del país, los mal llamados nacionales (porteños) y los del interior (que desde las capitales de las provincias actúan como porteños) no dudaron en adjetivaciones tremendistas a la hora de titular y escribir sobre la misiva de Francisco a CFK: “papelón”, “falsa”, “trucha”.
Los diarios de Resistencia tampoco dudaron en condenar el supuesto robo de banderas. “De cuarta”, rezaba algún título. Tampoco pensaron demasiado a la hora de vincular el “vandalismo” a la inseguridad que vivimos en la ciudad, la provincia y el país.
Pero la realidad se encargó de dejarlos en offside (para ponerlo en términos futboleros, por la cercanía de Brasil 2014). La carta trucha resultó ser verdadera y las banderas de mayo robadas para engalanar Resistencia no fueron robadas; en realidad, retiradas por un equipo de la Municipalidad porque se habían caído al suelo.
Es cierto que la mentira (o si no se quiere ser tan tremendistas, la falta de exactitud) fueron alentadas, por un lado, por la propia Iglesia, desde el Vaticano; por el otro, por la intendenta resistenciana, Aída Ayala (aspirante a gobernadora).
De todas maneras, como argumento es insuficiente para justificar que no se haya chequeado la información (aún si los chaqueños se protegiesen en fuentes oficiales, como podría ser la policía) ni mucho menos explicar que sobren opiniones y falten datos periodísticos.
Tras el papelón, algunos medios porteños, como La Nación y Perfil, esbozaron algún tipo de fe de errata, ya sea a manera editorial o bien algún periodista, más en nombre propio que del medio.
En Resistencia, no hubo rectificación alguna. Simplemente, borraron frases hechas y poco periodísticas como “de cuarta”, para sólo contar –sin tanto horror– que todo fue una mentira, que quedó registrada en las cámaras de seguridad.



Una cámara esclarece el supuesto robo banderas. 

“Anomalías del sistema” como estas dejan al descubierto que, cuando se habla de independencia, objetividad y un largo etcétera de clichés periodísticos, en realidad no debemos limitarnos a asociarlas a la distancia del medio de comunicación o periodista de la pauta publicitaria estatal. Lo que debemos es, en la práctica periodística, desterrar los prejuicios para dar lugar a los hechos: ¿es suficiente una voz oficial para confirmar una noticia? ¿Siempre se acepta una voz oficial, ergo una fuente, para dar por verdad un acontecimiento?
Tal vez, con contestarse dos simples preguntas: ¿por qué desaparecieron las banderas?,  ¿es usual que el Vaticano salude a las naciones en sus fechas patrias?, hubiese sido suficiente para evitar un papelón periodístico. 

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