Falsas noticias, verdaderos papelones
El papelón periodístico del año.
Marcos Salomón
¿Qué tienen en común la carta supuestamente trucha del papa a la presidenta con las banderas supuestamente robadas en Resistencia? La adjetivación aventurada sobre acontecimientos no chequeados debidamente dejan al descubierto que se ha renunciado a un principio básico del periodismo: desterrar los prejuicios para dar lugar a los hechos.
¿Qué
punto en común pueden tener el Vaticano, Buenos Aires y Resistencia?
¿Es comparable una carta trucha del papa Francisco a la presidenta Cristina
Fernández de Kirchner con el robo de banderas argentinas en el microcentro de
la capital chaqueña?
Las
respuestas son: el periodismo, a la primera. Y sí, el tratamiento periodístico,
al segundo interrogante. Unidos, a su vez, por la más básica y bastardeada
misión del periodista: chequear la información.
Los
diarios del país, los mal llamados nacionales (porteños) y los del interior
(que desde las capitales de las provincias actúan como porteños) no dudaron en
adjetivaciones tremendistas a la hora de titular y escribir sobre la misiva de
Francisco a CFK: “papelón”, “falsa”, “trucha”.
Los
diarios de Resistencia tampoco dudaron en condenar el supuesto robo de
banderas. “De cuarta”, rezaba algún título. Tampoco pensaron demasiado a la
hora de vincular el “vandalismo” a la inseguridad que vivimos en la ciudad, la
provincia y el país.
Pero
la realidad se encargó de dejarlos en offside
(para ponerlo en términos futboleros, por la cercanía de Brasil 2014). La carta
trucha resultó ser verdadera y las banderas de mayo robadas para engalanar
Resistencia no fueron robadas; en realidad, retiradas por un equipo de la
Municipalidad porque se habían caído al suelo.
Es
cierto que la mentira (o si no se quiere ser tan tremendistas, la falta de
exactitud) fueron alentadas, por un lado, por la propia Iglesia, desde el
Vaticano; por el otro, por la intendenta resistenciana, Aída Ayala (aspirante a
gobernadora).
De
todas maneras, como argumento es insuficiente para justificar que no se haya
chequeado la información (aún si los chaqueños se protegiesen en fuentes
oficiales, como podría ser la policía) ni mucho menos explicar que sobren
opiniones y falten datos periodísticos.
Tras
el papelón, algunos medios porteños, como La Nación y Perfil,
esbozaron algún tipo de fe de errata,
ya sea a manera editorial o bien algún periodista, más en nombre propio que del
medio.
En
Resistencia, no hubo rectificación alguna. Simplemente, borraron frases hechas
y poco periodísticas como “de cuarta”, para sólo contar –sin tanto horror– que
todo fue una mentira, que quedó registrada en las cámaras de seguridad.
Una cámara esclarece el supuesto robo banderas.
“Anomalías
del sistema” como estas dejan al descubierto que, cuando se habla de
independencia, objetividad y un largo etcétera de clichés periodísticos, en
realidad no debemos limitarnos a asociarlas a la distancia del medio de comunicación
o periodista de la pauta publicitaria estatal. Lo que debemos es, en la
práctica periodística, desterrar los prejuicios para dar lugar a los hechos: ¿es
suficiente una voz oficial para confirmar una noticia? ¿Siempre se acepta una
voz oficial, ergo una fuente, para dar por verdad un acontecimiento?
Tal
vez, con contestarse dos simples preguntas: ¿por qué desaparecieron las
banderas?, ¿es usual que el Vaticano
salude a las naciones en sus fechas patrias?, hubiese sido suficiente para
evitar un papelón periodístico.
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