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31.1.15

Nisman y la gente


La plaza de los Nisman. | MAFIA.






Fito Paniagua | Contacto 



El ensayista Kovadloff  apela a una sinécdoque para magnificar la reacción popular ante la muerte del fiscal. Sin embargo, la parte que él nombra por el todo no es más que un grupo enojado con el Gobierno que sale a la calle con escritos injuriosos contra la presidenta, ya sea que se trate del dólar, el impuesto a las ganancias o la muerte de un funcionario judicial.  

“Afuera estaba la gente, el pueblo, la gente en su abundancia. Si vos vieras lo que era la humildad de la gente, con pequeños cartones toscos donde pedían justicia. Personas que se acercaban a uno para dar un abrazo y a decir justicia. ‘Justicia, justicia’, repetía la gente. Gente humilde, que vos hubieras dicho que es ajena a lo que estaba pasando. ¡No! Era gente que se sentía violentada en lo más íntimo de su ser. Ésa era la atmósfera”.
Con esas palabras, el ensayista Santiago Kovadloff describió, en una entrevista con radio Mitre, el entierro del fiscal Alberto Nisman en el cementerio israelita de La Tablada, a 11 días de haber sido hallado muerto de un disparo en la cabeza, tirado en el baño de su departamento.
Obviamente que Kovadloff exagera, interesadamente (es un acérrimo opositor al Gobierno), sobre ese “pueblo”, esa “gente en abundancia”, y apela a esa categoría, la “gente”, de la que se valen los medios para legitimar su discurso. Es cierto: quizá haya  pocos argentinos ajenos a la muerte del fiscal que investigaba el atentado a la mutual AMIA, perpetrado en 1994 y que dejó 85 muertos. La noticia conmovió por las circunstancias del hecho –la hipótesis más firme es la del suicidio, según los peritajes y estudios de ADN ordenados por la Justicia–,  porque ocurrió horas antes del encuentro de Nisman con un grupo de diputados, al que iba a explicarle los alcances de la denuncia contra la presidenta Cristina Fernández y el canciller Héctor Timerman, entre otros, por un supuesto plan criminal para encubrir a los presuntos autores de la voladura, y porque la muerte y esa denuncia están vinculadas con los servicios de inteligencia, que, según señala el proyecto de ley de creación de la Administración Federal de Inteligencia (AFI), “comenzaron a actuar en contra” del Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo a partir de la firma del memorándum con Irán, en 2013.
Sin embargo, hay un abismo entre la descripción del ensayista  –“era gente que se sentía violentada en lo más íntimo de su ser”– y el sentimiento generalizado de los argentinos. La marcha realizada el lunes 19 por la noche en la Plaza de Mayo fue la expresión de un grupo de señores y señoras que fueron a protestar contra el Gobierno, valiéndose, una vez más, de mensajes injuriosos contra la presidenta. En sintonía con las insinuaciones hechas por algunos periodistas, trataron a la mandataria de asesina y le desearon la muerte. Vaya paradoja: quienes salieron a la calle a lamentar una muerte pedían otra a cambio. ¿Es eso reclamar justicia?
En verdad, esas mismas consignas habían aparecido en otras manifestaciones contra el Gobierno, como el 8N, el 8 de noviembre de 2012, cuando se salió a protestar contra las restricciones para comprar dólares y el impuesto a las ganancias, que paga menos del 10 por ciento de los trabajadores registrados. Es decir, hay gente siempre dispuesta al cartón tosco del que habla Kovadloff, lleno de injurias, ya sea si se trata del dólar o de la muerte de un fiscal.
La escena se repitió en otros lugares del país, aunque esta vez bien potenciada por la corporación mediática y una dirigencia opositora fantoche y sin rumbo, que habitualmente usan la tragedia para intentar sacar una buena tajada. No había tanta congoja en llorar la muerte de un fiscal –ignoto seguramente para muchos de los indignados manifestantes– como sí entusiasmo en vituperar a la presidenta. Fue otra oportunidad para levantar en la calle las banderas del resentimiento, el odio y la maledicencia que cotidianamente se viralizan en las redes sociales.
Para la prensa hegemónica, desear que Cristina se muera y expresarlo abiertamente en la calle o en las redes sociales no es violencia. En abril de 2010, por carteles menos injuriosos y agraviantes que los mostrados en las concentraciones anti-K, un grupo de periodistas de la prensa corporativa contrarios a ley de medios, en esos momentos frenada por la Justicia a instancias del Grupo Clarín, denunció agresiones e intimidaciones por parte del Gobierno tras la aparición de unos afiches con sus rostros, con leyendas muy alejadas del “Morite, yegua” que suele agitarse en las marchas anti-K.
El 29 de abril, la Comisión de Libertad de Expresión de la Cámara de Diputados, presidida entonces por la radical Silvana Giudici, recibió a los “escrachados”. Allí, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú exigió al Gobierno que investigue y halle a los mentores, de ser necesario, mediante los servicios de inteligencia. “Si el Gobierno no puede determinar quién hizo los carteles, tiene un Servicio de Inteligencia de cuarta”, dijo la periodista en esa reunión en Diputados. El malestar por los afiches llegó, el 1 de noviembre de 2013, hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA, donde casi el mismo elenco expuso sobre las supuestas limitaciones en el país a la libertad de prensa.
Contrariamente al ánimo de Kovadloff, cuando murió Néstor Kirchner, en 2010, el columnista de La Nación Joaquín Morales Solá relativizó la congoja de millones de argentinos por el fallecimiento del expresidente, expresada en el masivo velatorio en la Rosada. “Miles de personas, muchas espontáneas y otras tantas movilizadas, desfilaron por la Casa de Gobierno (…) La ciudad, sin embargo, no alteró el ritmo normal de su vida cotidiana. Una enorme mayoría social optó por cumplir con los menesteres de todos los días: respetó sus horas de trabajo, fue al banco, consultó con su médico, departió con amigos en un café, hizo las compras necesarias y no cambió el decurso natural de la vida”. 
Con la muerte de Nisman, la prensa hegemónica ya no cree la mayoría social haya seguido con el decurso natural de la vida. Por el contrario, pregona que el trágico final del fiscal de la causa AMIA dejó a los argentinos sin aliento, replegados por el miedo y la desesperanza. La extraña decisión del periodista del Buenos Aires Herald Damián Pachter de irse del país y “refugiarse” en Israel, sin siquiera comunicarse con los editores del diario en que trabajaba, alimentó esa sensación. Él había dado la primicia de la muerte del fiscal por Twitter.




La plaza de los Nisman. | MAFIA.

“Yo soy Nisman” escribieron algunos de los “indignados”, apropiándose de la consigna “Je suis Charlie” de los franceses tras el ataque terrorista al hebdomadario parisino Charlie Hebdo, donde, el 7 de enero, fueron asesinados 10 y dos policías, al punto del absurdo de escribirlo en francés: “Je suis Nisman” . Ningún bien nacido podría alegrarse con la muerte de alguien –salvo, claro está, los portadores de aquellos carteles que le piden a Néstor Kirchner que venga a “llevarla” a la presidenta–, pero de ahí a ofrecerle al fiscal fallecido un ritual apoteótico es un despropósito cuyo único fin es inculpar al Gobierno.
Como dice Santiago O’Donnell, la investigación de Nisman “había estado bajo el amparo de una política de Estado que incluía al Gobierno argentino, al juez [Rodolfo Canicoba Corral], a los principales diarios y noticieros del país (tanto K como anti-K), a los principales políticos del Gobierno y de la oposición y a los dirigentes de las principales organizaciones de la comunidad judía. Entre todos ellos regía un acuerdo patriótico de no cuestionar la causa ni plantear objeciones al trabajo del fiscal. Como les explica un dirigente de la DAIA a diplomáticos estadounidenses en un cable filtrado por el sitio Wikileaks, aunque existían dudas sobre la investigación, eran calladas porque la opinión pública no soportaría otro fracaso en un tema tan sensible”.
Sigue O’Donnell: “Busquen los clips de los noticieros en YouTube. Relean las tapas de los diarios. Googleen el declaracionismo. Repasen todas las decisiones de Canicoba Corral y verán que rara vez criticaron al fiscal estrella de la causa AMIA y nunca le dijeron no. Todos ellos, funcionarios, dirigentes comunitarios y periodistas que se ocupaban del tema, sabían que la fiscalía de Nisman se nutría básicamente de una fuente. Nisman nunca lo ocultó. Sabían que el peso de la investigación lo llevaba el director de Contrainteligencia de la Secretaría de Inteligencia, alias Jaime Stiusso, y a través de él,  los servicios de inteligencia extranjeros, especialmente de Estados Unidos e Israel”.
En diez años, Nisman no avanzó un ápice en la investigación, pese a que a la Unidad AMIA estaba dotada de importantes recursos económicos y humanos; se sabe de su obsesión por reportar todo a la Embajada de EE.UU. y se sabe también que, como dice Romina Manguel en La Nación, la relación de Nisman con el gobierno que lo puso a investigar se rompió con el Memorándum de Entendimiento con Irán. “‘Nos jugamos la vida en esto, nuestras cabezas tienen precio, y ahora esos mismos [a los que] que acusamos de ser los ideólogos del atentado [los iraníes] se sientan a negociar’, me dijo Nisman a días de haberse firmado el acuerdo”, cuenta Manguel.
Dos años después, el fiscal sorprende, en plena feria judicial, con la denuncia contra  la presidenta y el canciller por encubrimiento, sobre la que los tres juristas más importantes del país, Julio Maier, Raúl Zaffaroni y León Arslanian, coincidieron en que carece de pruebas para incriminar. 
La atmósfera real que envuelve a la muerte de Nisman no es esa especie de sinécdoque que hace Kovadloff al nombrar el todo por una parte: “el pueblo violentado”. La parte es nada más que gente enojada con el Gobierno que sale con el cartón tosco a la calle y escribe, toscamente en las redes sociales, todo tipo de insultos. Es el recorte interesado de la prensa hegemónica que muestra a esa parte como si fuera el todo. Esa parte, permeable a los influjos mediáticos, es también la oposición político-partidaria, que, vacua y sin más recursos que la chicana y el golpe artero, enfoca su interés en la silla de ruedas y la ropa blanca de la presidenta, y el portarretrato con la foto de Néstor Kirchner, cuando se produce el anuncio gubernamental esperado por más de 30 años.  

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