La verdad estaqueada
Soldados en Malvinas. | TÉLAM
Roberto Herrscher | Anfibia
▪ Un grupo de excombatientes de Malvinas denunció a militares argentinos por torturar a soldados durante la guerra. Pidieron que fueran condenados por crímenes de lesa humanidad. La Corte rechazó el pedido. Roberto Herrscher, que estuvo en las Islas, analiza las implicancias de esa decisión.
Sí, soy un ex combatiente de la guerra de las Malvinas.
Pero no, no es esa la razón por la que estoy indignado. La Corte Suprema de
nuestro país le da la espalda al grito de justicia de los veteranos de La
Plata. Y en este pedido de justicia por las torturas cometidas contra soldados
por sus jefes en Malvinas, aun los que no habían nacido en 1982 deberían sentir
como propia la causa de esos chicos de los pozos de zorro en los montes
alrededor de Puerto Argentino que, cuando llegaron las tropas británicas, ya
estaban quebrados.
El caso que presentan, décadas después de la guerra, los
integrantes de la más consecuente e independiente asociación de veteranos, el Cecim
de La Plata, debe hacernos reflexionar sobre muchas cosas: es un caso que nos
apela y nos pinta como sociedad.
Primero, los hechos. En abril de 1982, unos 10.000
soldados de las tres armas fuimos enviados a las Malvinas en una operación
pésimamente preparada, en la que no teníamos ninguna chance contra un ejército
del Primer Mundo.
Los británicos venían ejercitándose contra las
inclemencias del frío en campos de entrenamiento en el norte de Noruega, y de
pelear en sus guerras coloniales en los cinco continentes. Venían armados y
vestidos para ganar la guerra.
Nosotros dábamos pena. En su excelente documental sobre
Los héroes de Miramar, el cineasta Laureano Clavero da voz a hombres todavía aturdidos
y avergonzados por haber ido a pelear sin tener la más mínima idea de qué hacer
en combate. Uno de sus testimonios dice que muchos de sus compañeros jamás
pisaron el cuartel: como eran clase 63, una o dos semanas después de entrar a
“la colimba”, fueron enviados a Malvinas.
Los testimonios de sobrevivientes de la guerra, desde el
pionero Los chicos de la guerra, de
Daniel Kon, hasta Iluminados por el fuego,
de Edgardo Esteban, abundan en historias de este tipo. Salvo honrosas
excepciones, nuestros jefes trataban a su tropa como carne de cañón.
Yo nunca había tenido en mis manos un FAL. Cuando me
dieron uno en Malvinas, me dijeron que no podía gastar munición en prácticas.
Si hubiera tenido que enfrentar a un enemigo, lo hubiera hecho con un fusil con
el que no había disparado nunca. Pero ni siquiera hubiera llegado a eso: mi FAL
se encasquetó con el agua de mar y no funcionaba. Nunca nos enseñaron a
cuidarlo para que pudiera salvarnos la vida.
Cuando doy conferencias y charlas sobre Malvinas, pongo un
ejemplo que, creo, sirve para explicar ese combate tan desigual: en el monte
Longdon, en plena noche, los marines británicos venían con anteojos de visión
nocturna, con fusiles con miras infrarrojas. Los chicos de Corrientes y de
Salta, además de la falta de preparación, además del hambre y el agotamiento
por pasarse tres meses en un pozo inundado, no veían un carajo. Era como pelear
con una venda en los ojos. Así nos mandaron a Malvinas.
Pero la causa que la Corte Suprema despacha en nueve
líneas no es sobre la terrible falta de preparación, de medios o de buena
dirección de la guerra. Es otra cosa: son torturas, tratos humillantes y
degradantes.
Por eso el Cecim pedía que un grupo de oficiales y
suboficiales fueran sentenciados por crímenes de lesa humanidad. Los oficiales
y suboficiales acusados no se defendieron diciendo que las acusaciones no son
ciertas. Dijeron, en cambio, que el delito había prescripto.
Los abogados del Cecim respondieron que no podían
prescribir porque eran hechos de lesa humanidad, en la misma categoría y con la
misma gravedad de las violaciones a los derechos humanos cometidos durante la
dictadura.
Eso es lo que se jugaba en este juicio: si lo que se hizo
con los conscriptos en Malvinas podía ser considerado como los crímenes de lesa
humanidad de la dictadura. Y otro elemento a tener en cuenta es a qué
jurisdicción corresponden los hechos. Los desaparecidos, torturados y
asesinados eran civiles. Aunque el crimen lo cometieran militares, esas
acciones no entraban en el terreno de la jurisdicción militar. ¿Pero qué es un
conscripto? ¿Es un civil obligado a pasar unos meses de uniforme, o es un
militar como los de carrera?
Por eso, lo que también se discute aquí es qué éramos,
qué queríamos y aceptábamos ser los colimbas que fuimos a Malvinas. Por esto
también me parece que este caso habla de mucho más que de si unos viejos
militares deben ir o no presos por la forma en que trataron a su tropa en las
islas.
En su presentación ante la Corte, el procurador Luis
Santiago González Warcalde defiende la posición de que son crímenes de lesa
humanidad, y por lo tanto no deben prescribir. “Las conductas imputadas en este
proceso, a su vez, caen sin inconveniente en el concepto de tortura”, dice
González Warcalde en su escrito a la Corte.
“Para limitarse solo al caso más frecuente: atar de pies
y manos a un muchacho debilitado por el hambre y el frío, sujetando sus
ataduras a estacas clavadas en el piso, dejarlo así acostado sobre el fango
helado durante horas, inmovilizado y sin ninguna protección contra el clima
inhóspito del Atlántico Sur, hasta que estuviera al borde de la muerte por
enfriamiento, para así, con el pretexto de castigarlo, intimidar a él y al
resto de la tropa es en sí una forma de maltrato incuestionablemente cruel,
brutalmente inhumano e intencionadamente degradante; una de las formas de
maltrato, en fin, para las que reservamos el término ‘tortura’”.
(…)
Sí, por supuesto. Nada justifica conductas como las que
describe González Warcalde, como las que sufrieron y presenciaron muchos de los
colimbas a quienes sus jefes obligaron a callar. No se defiende un país desde
el desprecio por la vida, por la humanidad y la dignidad de sus habitantes. El
hecho de que en una circunstancia bélica se usen civiles en una guerra no
significa que estos hayan perdido sus derechos fundamentales.
Es terrible lo que denuncian los del regimiento de La
Plata, y lo que callan muchos otros, porque siguen viviendo con el miedo a la
autoridad en el cuerpo. El estaqueo, como ejemplo y como símbolo de las torturas
en Malvinas, no solo afectaba a cada joven que lo sufría.
No solo daba la lección cruel de que había que soportar
cualquier cosa que mandara el jefe, que es la peor lección para un país que
quiere construir una democracia. También iba en contra del esfuerzo de guerra:
¿cómo podían pelear contra el enemigo los soldados que habían pasado por
semejante calvario a manos de sus jefes?
Pasaron treinta y tres años de estos hechos. Los chicos
del Cecim, como yo mismo, tenemos todos más de 50 años. Vivimos más del doble
de lo que teníamos de vida cuando nos mandaron a Malvinas. Y todavía nos duele,
todavía nos subleva y todavía no encontramos respuesta para estos crímenes.
(…)
Ahora sabemos mucho más sobre qué pasó en Malvinas. Ahora
tenemos más razones para considerarla una vergüenza nacional, porque la enorme
mayoría de los ciudadanos (con la valiente protesta de unos poquísimos
luchadores por los derechos humanos, como las Madres de Plaza de Mayo, y unos
pocos intelectuales, como Rozitchner) aplaudieron a la misma Junta asesina el
día que tomaron las islas.
¿Quién se preocupó realmente por nosotros, los chicos de
la guerra, además de nuestras familias heroicas?
La guerra no terminó. Para los veteranos las guerras
nunca terminan.
¿Quiénes somos los que estuvimos en Malvinas? ¿Qué nos
merecíamos allá y qué nos merecemos hoy? ¿Por qué se suicidaron en estos años
casi tantos veteranos como los 649 que murieron durante la guerra? ¿Por qué el
58 por ciento de los ex soldados sufre de depresión y que tres de cada 10
reconoce haber tenido pensamientos suicidas, como indicó en 2012 un estudio
oficial? ¿Por qué Malvinas sigue siendo una herida abierta en este país?
Treinta y tres años de preguntas sin respuesta. Hoy
nuestros hijos tienen la edad que teníamos nosotros cuando fuimos a la guerra.
Por ellos, por todos los jóvenes argentinos que ojalá nunca conozcan lo que era
ser joven en la dictadura, es que tenemos que seguir peleando, preguntado,
exigiendo como los compañeros del Cecim La Plata.
El dolor nunca prescribe.
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