|||||
Inicio
Data.Chaco
Urbano
Vademécum
El Pelafustán
RSS

19.9.09

Corrientes, ¿hacia el último día y el primero de lo mismo?


Fito Paniagua

Pese a que era previsible que los hoy enfrentados primos Colombi iban a terminar disputándose la gobernación de Corrientes en segunda vuelta, los resultados de las elecciones del domingo 13 en esta provincia dejaron lugar para las sorpresas, todas ellas, malos tragos para Arturo Colombi, que intenta ser reelegido como gobernador, y duros golpes para quienes manejaron su aparatosa y millonaria, y por eso mismo inmoral, campaña electoral.
Arturo no sólo no ganó la primera vuelta, como insistió hasta último momento el consultor Luis Costa Bonino, responsable de la campaña del gobernador, sino que apenas entró en la segunda. Según el escrutinio provisorio, quedó a sólo 8 décimas del candidato kirchnerista Fabián Ríos, que se ubicó tercero y confía en poder desplazar al gobernador del balotaje si se recuentan bien los votos.
Los cómputos provisorios quedaron muy lejos de los números de Costa Bonino, que, en lo que fue uno de los papelones del domingo, le adjudicaban una victoria a Arturo con el 41 por ciento, a 10 puntos de Ricardo Colombi, lo que le hubiera permitido festejar su reelección esa misma noche. Al final, ganó Ricardo, ex gobernador y mentor de Arturo, por casi 5 puntos, y ahora todo se definirá el 4 de octubre, en el balotaje.
Pero las urnas le tenían preparada otra desagradable sorpresa al gobernador. Su candidato a intendente en la capital, Eduardo Tassano, perdió ante el debutante en política Carlos Espínola, un deportista orgullo correntino y nacional por sus medallas olímpicas. Costa Bonino le había adjudicado a Tassano un cómodo triunfo en el distrito más importante de la provincia.
Pese a que los resultados fueron parejos, el desempeño electoral de Arturo, radical aliado al vicepresidente Julio Cobos, representó una dura derrota, al punto que, ya en las primeras horas del lunes, cobró fuerza la versión, al final desmentida, de que el gobernador renunciaría a la segunda vuelta, emulando la cobarde deserción de Carlos Menem en 2003.
En la cúspide del poder político desde 2005, cuando sucedió a su primo Ricardo, Arturo apostó todo a su reelección, y todo significa dispendio de dinero, un montaje propagandístico desmedido en relación con su deslucida gestión (la única “gran” obra pública que pudo exhibir es la Costanera Sur, en la capital provincial) y el escandaloso financiamiento con fondos públicos a periodistas y a medios de comunicación. Según algunas denuncias, Arturo pagó en agosto 28 millones a empresas periodísticas, en concepto de publicidad oficial.
A través de un poderoso aparato de prensa y comunicación, que incluye una agencia de noticias paraestatal que entrena a jóvenes periodistas en perdularias prácticas, Arturo construyó una falsa imagen de líder popular y de una gestión de gobierno dinámica y de progreso. Sin embargo, el gobernador finaliza su mandato estigmatizado por la corrupción (su secretario privado está preso, acusado de enriquecimiento ilícito), los desbordes autoritarios, la improvisación, la inacción en áreas como salud y educación, la confrontación con los sindicatos de empleados estatales, la administración contable de la miseria... En definitiva, una forma sátrapa de ejercer el poder y de hacer política.
Arturo Colombi no representó ningún cambio para la agitada vida institucional de la provincia, que tuvo que soportar dos intervenciones federales desde la reinstauración democrática de 1983, la última, en 1999, dispuesta en medio de un grave cuadro de convulsión social que incluyó dos muertos.
En verdad, los primos Colombi tuvieron la oportunidad histórica de quebrar el sistema feudal imperante en la provincia. Sin embargo, optaron por su continuidad y, en algún sentido, por perpetuarlo. Claro que si se tiene en cuenta que ellos provienen de Mercedes, centro del conservadurismo ganadero y una de las localidades más atrasadas y pobres de la provincia, no habría que sorprenderse.
Con perfil de capanga, Arturo gobernó la provincia amparado en un entramado estatal perverso y venal, que funciona como un mecanismo de relojería. Una Legislatura que no legisla y que se dedica sólo a las componendas, un Poder Judicial que no imparte justicia, un Tribunal de Cuentas que no controla, un fiscal de Estado que actúa como abogado del gobernador… todo ensamblado con una resistente amalgama de devolución de favores, complicidades y encubrimientos.
Para colmo de males, en Corrientes, las únicas estructuras que podrían al menos corroer los cimientos de este entramado, las organizaciones civiles y la prensa, están desactivadas. En rigor, la sociedad civil, fragmentada y desestructurada, no puede, o no quiere, generar sus propias defensas contra un poder político y económico que somete a los sectores más débiles a todo tipo de padecimientos.
Timorato como es, el correntino medio acepta gustoso que una casta parasitaria y rapaz lo gobierne y decida su destino. Claro que bajo esa condición de imbele subyacen la incultura y el analfabetismo más estructural. Es más, el correntino se siente orgulloso de ser “bruto”, palabra que en Corrientes no quiere decir otra cosa que ignorante.
En cuanto a la prensa, vetusta y anquilosada en sus formas y contenidos, y con intereses sectoriales que defender, la prensa correntina omite deliberadamente las trapisondas y los chanchullos del poder y tiende a anclar en la sociedad a través de la profusa difusión de manifestaciones masivas de fe, como las peregrinaciones a la Basílica de Itatí y las fiestas populares del interior, siempre haciendo hincapié en la devoción católica y el apego idiosincrásico del correntino como fenómenos extraordinarios.
Con semejante cuadro, es muy difícil pensar que en Corrientes se puede generar un verdadero cambio desde lo que se denomina “dirigencia”. La alternancia en el poder político en estas tierras no es más que un cambio de figuras y nombres, retoques cosméticos. Los males de fondo, estructuras retrógradas institucionalizadas que horadan lo público y lo privado y profundizan el subdesarrollo económico y cultural, son una metástasis por ahora inextirpable.
Aun así, con los resultados electorales del domingo, se puede decir, con más de esperanza que de convicción, que la dirigencia política correntina ya no tiene la vaca tan atada. Y digo, nótese, “tan” atada. Porque, después de todo, el casi seguro retorno de Ricardo Colombi al poder (todo indica que él ganará la segunda vuelta) no alienta a imaginar en Corrientes una especie de perestroika.
Por el contrario, de ganar Ricardo, es probable que la retirada de Arturo se dé con un pacto de impunidad, a fin de asegurar eso que suelen llamar “gobernabilidad”, que no es otra cosa que hacer la vista gorda de graves desaguisados para evitar que el estallido de complicidades y connivencias termine salpicando a todos.
Quizá valga la pena aquí recordar lo que cuenta Eduardo Galeano en La independencia que no fue, en su obra Espejos, a modo de proyección de lo que podría ocurrir en Corrientes el 10 de diciembre si todo se define como se prevé. “El 10 de agosto de 1809, mientras la ciudad de Quito celebraba la liberación, alguna mano anónima había escrito en un muro: Último día del despotismo y primero del mismo”.

No hay comentarios:

Data.Chaco

Urbano

Vademécum