Todos somos la familia Pomar
Catriel López Acosta,
periodista
El caso de la familia muerta y abandonada al costado de la ruta por casi 30 días conmocionó al país. La procesión de conocidos y desconocidos al lugar del accidente, los debates públicos sobre el hecho, las conversaciones privadas de lamento y desconsuelo. Todos son síntomas de una catástrofe nacional, de la congoja de todo un pueblo. Pero hilando más fino se nota también que es un reflejo de nuestra sociedad: accidentada, abandonada, sin nadie que la pueda ayudar. Muerta.
Algún ávido periodista de policiales notó enseguida que la desaparición de una familia entera, sin pistas o hipótesis firmes, era una gran noticia. Y lo fue. La misma se desparramó y comenzó a crecer a medida que pasaban los días y la familia no aparecía.
Los Pomar salieron de su casa el 14 de noviembre de una localidad bonaerense a otra. De José Mármol a Pergamino. No llegaron nunca. Sus familiares no podían comunicarse. No hubo una llamada de alerta. No hubo pedido de rescate. A penas una fotografía automática tomada por la cámara de un peaje, de uno de los caminos que une José Mármol con Pergamino. Justamente.
Un funcionario, casi tan despierto como el periodista que descubrió la noticia, ordenó inmediatamente que se movilicen todas las fuerzas de seguridad. Y lo hicieron, por aire, tierra y agua. La noticia ahora era el trabajo de búsqueda, los helicópteros y los policías con perros; ya no los desaparecidos.
En cualquier programa de televisión, de radio, o simplemente en alguna peluquería, bar o reunión de amigos, se deslizaban hipótesis. Cada quien se quedaba con la que más le gustaba: el padre abusador que violaba sistemáticamente a sus hijas y, perdido en su locura, no tuvo más remedio que matar a su familia y suicidarse. La del esposo violento, golpeador y que terminaba con el mismo desenlace. El secuestro, decían otros sin mucho fundamentos. Que se escaparon, calculaban quienes se paraban a opinar desde la situación económica de los Pomar. Y otro descartaba: “Si en Argentina todos los que tienen deudas desaparecen… ¿quién queda en el país?”. Las versiones eran muchísimas.
Parece importante detenerse en una. Un señor, Zerpa de apellido, se sentó en un programa de televisión que basa el 90 por ciento de su contenido en el sexo, que invita a chicas casi desnudas y habla de esposos infieles y que viven de boliche en boliche. Ese señor, Zerpa, sentado en esa mesa, opinó de una familia entera que hace casi 30 días nadie veía.
Habló de un secuestro ovni, de lo que este tipo de gente llama abducción, y que cinematográficamente generalmente se representa con una luz blanca levantando una persona o un auto hasta un platillo volador extraterrestre.
Zerpa quizá no pensó en la madre y abuela que podía estar mirando el programa, buscando respuestas, rezando por la vida de cuatro de sus personas más amadas. Que seguramente no comía y no dormía hacía mucho tiempo, que estaba muy triste y desesperada. A la que nadie llamaba pese a que la foto de sus dos nietitas salía cada cinco minutos por televisión. Y su hijo, el que crió de bebé, también en la foto. Y ese señor Zerpa que le decía que vino el platillo de James Cameron y lo llevó con su luz blanca para meterle tubos en la nariz.
Zerpa habló en el programa un día antes que aparezcan los Pomar muertos. Fue en el programa mejor llamado de la televisión argentina: Animales sueltos, mejor llamado no porque el nombre sea bonito, está claro.
Cuando aparecieron los cuerpos, las hipótesis cayeron. Los Pomar quizá tenían algunos problemas económicos, como tantos. Quizá el hombre de la casa no era una persona de carácter suave, pero hay muchos que no lo son y no por eso asesinan a su familia. Nada parece indicar que don Pomar haya violado a sus hijas.
Argentina se quedó sin hipótesis, se atragantó con su mediocridad, se dio cuenta de que la que se murió fue una familia como tantas otras. Una familia que salió de viaje, buscando trabajo en su fin más profundo, con los problemas económicos a cuestas, con el cansancio seguramente corroyendo a una pareja por dificultades que todos tienen. Una familia que, como tantas otras, tuvo un accidente.
Los programas de televisión, las peluquerías y los bares se quedaron sin nada para agregar. Podría decirse que los Pomar le dieron una lección y que muchos iban a aprender a ser más cautos a la hora de opinar. No fue así. Vino la catarsis.
Y la catarsis fue, como tantas otras veces, buscar a los culpables. Culpables, culpables; y no como esos inmunes extraterrestres que abducen y se van.
Y así anda el país, tratando de culpar a la policía, al perro que no olió el olor a la muerte o el helicóptero que no voló sobre la desgracia. Y no se da cuenta de que su agonía es tan intensa como la de las dos nenas Pomar y de sus padres.
Argentina es un país accidentado desde hace años, abandonado al costado de todas las rutas que la pueden llevar al progreso, con personas inoperantes y corruptas a cargo, que no lo van a poder sacar jamás de entre la maleza.
Y como esta nota está dirigida a gente que vive en Argentina, se podría decir que todos somos la familia Pomar, viajando camino a la muerte, sino se hace un alto y se cambia el rumbo pronto.
1 comentario:
Buena Catrulo:
Sin ninguna duda un hermoso dedo en el orificio de salida más petulante y pestilente de los argentinos... varios de los cuales ya estarán silbando bajito, mirando hacia otra dirección... ¡¡¡Esta sí que es Argentina!!!
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