Arqui(pre)textos
José Luis Brés Palacio
Salieron las palabras a escena y se desató el tembladeral. Santurrones rosario en mano sacaron su mediocridad de paseo en histéricos gorgoritos. Como en un contrapunto entre el medioevo y la era cibernética, funcionarios salieron a explicar y replicar. La piedra del escándalo: las palabras.
Claro, no eran palabras cualesquiera. Aunque fueran sólo dos, salieron a la palestra con el poder suficiente de despertar a los Torquemadas adormecidos. Una aludía al genital masculino y la otra a la masturbación. Claro, asignando a ambos referentes sus significantes más “crudos”.
Otro de los argumentos inquisitoriales apuntaban contra un verso en el que, claramente, se aludía a escamoteos sexuales “entre” niños. A pesar de la univocidad de la expresión, la santurronería vernácula salió a fustigar con la palabra “pedofilia” en la punta del látigo.
Oportunas fueron las aclaraciones del ministro de Educación, Francisco Tete Romero, y de la presidenta del Instituto de Cultura de la provincia, Silvia Robles, respecto de que el libro de la controversia, Arquitextos, no estaba destinado a las escuelas.
La comedia de los errores se completa con jóvenes docentes y escritores que reaccionaron más intrépida que racionalmente y salieron a defender la publicación, cuando no a tildar de censores a funcionarios. Un verdadero desatino.
Pero, el quid de la cuestión está en la equivocada inclusión de esos poemas en una publicación cuyo propósito era difundir la vasta y encomiable tarea desplegada por la red de talleres literarios Tomemos la Palabra nada menos que durante dos años. La errada decisión de alguien con, seguramente, menos experiencia y ubicuidad que años estuvo a punto (si no lo logró) de estropear el verdadero mérito del libro.
Habrá que ser explícito en un punto: de ninguna manera ese texto debería estar en las escuelas. “No se puede dar guiso a un bebé”, dijo alguien. Habría que agregar que caviar, tampoco. Eso no es lo importante en este entremés.
No entra en la cuestión la “literaturidad” o no de los poemas en cuestión. Ésa es una decisión de los lectores. Tampoco es esperable que la cultura se retrotraiga a los tiempos inquisitoriales. Toda palabra debe ser publicada. La encrucijada está en que esa sociedad en la que transitan las palabras reciba niveles de excelencia de educación e información. El mea culpa debería correr por cuenta de la docencia y del periodismo chaqueños. Ciertamente, una deuda pendiente.
Recomendable sería que quienes cometieron el yerro reflexionaran respecto de la diferencia entre la provocación y el insulto. Fundamentalmente, tener en cuenta que las palabras siempre tienen un contexto que no sólo completa el sentido de aquellas, sino que también justifica su uso. Si lo hicieran, serían capaces de aprender del error. Si no, la soberbia será su marca y la soledad de la élite, su destino. Y lo peor: la palabra seguirá naufragando entre seudovanguardistas y catequistas de la mediocridad.
La palabra mal usada sirve de pretexto para que los acólitos de la medianía desaten su insustancial furia.
Para concluir, sólo compárense los versos “genitomasturbariles” de la reyerta con éstos de Luis Eduardo Aute que aluden a la misma faena.
Dentro
A veces recuerdo tu imagen
desnuda en la noche vacía,
tu cuerpo sin peso se abre
y abrazo mi propia mentira.
Así me reanuda la sangre
tensando la carne dormida,
mis dedos aprietan, amantes,
un hondo compás de caricias.
Dentro
me quemo por ti,
me vierto sin ti
y nace un muerto.
Mi mano ahuyentó soledades
tomando tu forma precisa,
la piel que te hice en el aire
recibe un temblor de semilla.
Un quieto cansancio me esparce,
tu imagen se borra enseguida,
me llena una ausencia de hambre
y un dulce calor de saliva.
Dentro
me quemo por ti,
me vierto sin ti
y nace un muerto.
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