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2.5.11

El trabajo no dignifica al hombre


José Luis Brés Palacio

El cuentito este de “el trabajo dignifica al hombre” pasó a estar en labios de cualquiera. Siempre olió a rancio eslogan. Generaciones mutilaron sus ilusiones y mejores capacidades por pasarse la vida en pos de un sueldo que, si aseguraba la existencia, devastaba los sueños de una vida digna.

No sé si hoy, 1 de mayo, me levanté un poco más anarco que de costumbre o es que algunas cosas colmaron mi paciencia o, como diría mi tía Carmen, “me llenaron las pelotas”. Claro que esto último sólo lo pienso, ya que decirlo sería vulgar, grosero y de mal gusto.
Pero, es que el cuentito este de “el trabajo dignifica al hombre” pasó a estar en labios de cualquiera. Siempre olió a rancio eslogan. Tal vez, si se la hubiera repetido completa, sonaría más coherente: “El trabajo dignifica al hombre y enriquece al patrón”. Pero, aún acabada, sigue sonando antigua en pleno siglo XXI.
He visto generaciones mutilar sus ilusiones y mejores capacidades por pasarse la vida en pos de un sueldo que, si aseguraba la existencia, devastaba los sueños de una vida digna.
He visto a mi abuelo materno “disfrutar” de una jubilación que sólo le aseguraba tanta pobreza como cuando estaba en actividad. Y era un tipo más que interesante mi abuelo.
Había nacido un 6 de enero y, encima, su segundo nombre era Baltazar (él lo escribía con “z”) y eso también lo hacía más especial aún. Era un verdadero mago de las palabras. Porque su particular afición era escribir poemas. Alguna vez, me leyó algunos y creo que ahora recién los valoro en todo su potencial literario. Sus versos seguramente no hubieran deslumbrado a las academias o hubieran deambulado por las universidades porque estaban llenos de eso que no dan las academias ni los claustros: la belleza de lo simple. Porque mi abuelo era un tipo simple pero siempre lejano de cualquier vulgaridad.
Y ¿qué pasó?
Que toda la belleza de ese poeta perdido fue truncada porque nunca pudo dedicarse al “oficio de la palabra” como lo llamaba. Porque debió ganarse el pan a fuerza de sudor y pala. Y estoy seguro de que el mundo sería mejor si hubiera ganado un poeta aún a costa de perder un laborioso obrero.
Porque los momentos más dignos de mi abuelo fueron aquellos pocos ratos que podía solazarse con un lápiz y un papel sobre el que dibujaba con palabras los más simples y bellos poemas que jamás nadie haya escuchado. Y lo peor es que ni siquiera esos papeles sobrevivieron. Tan apurados estábamos todos en la familia por comprar dignidad a sueldo que ni siquiera valoramos aquella poesía que se fue con él y que no volverá jamás.
Por esto, que quizás sea sólo una sensación personal, no me rompan más… repitiendo como papagayos que “el trabajo dignifica al hombre”. ¡Hipócritas! El hombre no vino al mundo para trabajar, sino para ser feliz. Porque por andar coreando esta pavada, nos hemos perdido un gran poeta: mi abuelo, un obrero, digno como pocos y cuya dignidad la licuó un sistema que le hizo creer que la alegría de vivir se percibía por quincenas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ME ENCANTO SI EL MUNDO FUERA OTRO ... PUEDE SER DEPENDE PRIMERO DE MI

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