El triunfo de Cristina y Biolcati, Caparrós y Arnaldo Pérez Manija
Sin duda, el análisis del titular de la SRA, Hugo Biolcati, de que a la Presidenta la votó gente que ve a Tinelli y que se conforma con el plasma, es el que mejor sintetiza el pensamiento de los sectores anti-K. El problema es que el odio y desprecio que prevalecen en ese discurso, plenamente identificado con la denominada “prensa independiente”, es rayano en lo antidemocrático.
Se dijo casi todo ya del aplastante triunfo de Cristina Fernández en las primarias del 14 de agosto. Los menos aviesos analistas adjudicaron el 50 por ciento de los votos que cosechó la Presidenta a la bonanza económica que vive el país y la atomización de la oposición. Los más aviesos hicieron gala de sus “conocimientos” de psicología social y ataron el triunfo de Cristina a su luto y viudez, y a la profunda vocación argentina por lo funerario. Pero apareció el providelista titular de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, y, con la fuerza y la brutalidad propias del patrón de estancia, atribuyó a los que votaron a la Presidenta una especie de tilinguería resultante de la combinación Tinelli -plasma.
El análisis de Biolcati es, por mucho que cueste creerlo, el que mejor sintetiza el pensamiento de los sectores anti-K, donde conviven desde terratenientes como el jefe de la SRA hasta cierta clase media venida a menos, nostálgica de la dictadura y del menemismo. Todos ellos odian literalmente a la Presidenta.En sintonía con los dichos de Biolcati, circulan por estos días otros disparates en cuanto al arrasador triunfo del Gobierno: se dice que hubo fraude (la diferencia entre Cristina y el segundo, Ricardo Alfonsín, es de 7 millones de votos, por si hace falta aclararlo), que la gente pobre la votó para no perder, por ejemplo, la asignación universal por hijo; que se votó sin saber qué se votaba, ya que nadie entendió bien eso de las primarias… Solo faltó que alguien dijera que el escrutinio estuvo a cargo de Fuerza Bruta.
Pensar que el 50 por ciento es producto de la trampa, el clientelismo o el desconocimiento y la ignorancia, y no de la posibilidad de que al menos unos cuantos de los 10 millones que votaron a Cristina lo hayan hecho por el crecimiento económico, la estatización de las jubilaciones, la asignación universal por hijo, las netbooks gratuitas, el aumento del empleo, la recuperación de la autoridad presidencial, la militancia de los jóvenes, la ley de medios, el matrimonio igualitario, las políticas de derechos humanos..., aparte de ser simplista, es un grito desesperado de legitimación del voto calificado.
El gran problema de los sectores anti-K es que el odio los ha ubicado en el límite del pensamiento antidemocrático. Esto vale tanto para alguien como Martín Caparrós, que en el escenario de debate banalizador de A dos voces (TN) intentó deslegitimar el triunfo de Cristina con el planteo de por qué vale el 50 por ciento que la votó y no el 75 por ciento que ve a Marcelo Tinelli (otra vez Tinelli).
Vale también para Mariano Grondona, que en La Nación apela a los dirigentes opositores a “dar un paso al costado que permita concentrar los votos opositores en uno solo de ellos para superar, efectivamente, la enfermedad de la dispersión”, confiado en que al 50 por ciento que no votó por la Presidenta le da lo mismo elegir a Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde o Hermes Binner.
Y vale también para quienes, sin ser intelectuales como Caparrós, repiten como verdades incontrastables todo lo que dice la autodenominada “prensa independiente”, que, como opina Eduardo Aliverti en su columna de hoy en Página 12, ha bastardeado el oficio “hasta este extremo cuyo salvajismo no se relaciona con el mal gusto de la retórica desmedida, que es cuestión de cada quien, sino con la falsedad de los datos”. Quien mejor sintetiza cómo se ha banalizado todo en los medios anti-K es Diego Capusotto con su programa radial Hasta cuándo (hay un enlace de audio en Data Chaco), una parodia de lo que pasa en las radios todas las mañanas, donde periodistas vaticinan las peores calamidades para el país, columnistas especializados abonan esos posibles escenarios apocalípticos y oyentes, a modo de síntesis, putean contra los “montoneros”, mote que le calza tanto al Gobierno como a Fernando de la Rúa o Antonio Cafiero.
La idea es amargarse, brotarse de odio y quejarse de que este país no da para más. El conductor se llama Arnaldo Pérez Manija, pero bien podría ser Ruiz Guiñazú, y el mensaje preponderante del programa es la apelación constante a que Argentina “debe hacer lo que hacen los países serios”, aun cuando eso implique salir a matar gente de piel oscura, como se escucha en Radio 10.
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