La gran Murdoch
Que la mayor parte de los periodistas de C5N/ Radio 10 representa a una derecha dura de rasgos populistas no es novedad. Sí lo es relativamente que parte de la construcción de agenda en las últimas dos semanas haya sido generada no por Clarín sino por las publicaciones “más Murdoch” de Perfil. Atención: esta gente es muy eficaz: aprieta, aprieta, hasta conseguir.
Por Eduardo Blaustein, Miradas al Sur. De los primeros titulares amarillo intenso en Libre (ala barrabrava de las publicaciones que editorial Perfil presenta como republicanas) acerca de “los puticlubs del juez”, hasta la semana que termina, las mejores tropas de Daniel Hadad se dieron el gusto de cerrar un viejo círculo iniciado a fines de los 90, cuando Raúl Eugenio Zaffaroni era blanco preferido de sus ataques fuera por su visión de los problemas de seguridad o por el debate sobre el Código de Convivencia Urbana. La sola expresión “puticlub del juez” es infamante, brutal, así como antirepublicana: implica usurpar el lugar de la Justicia por el del linchamiento mediático. El martes por la noche, con su gesto habitual de “Busco estadistas para país serio”, Marcelo Longobardi arrancó su programa en C5N mintiendo y exacerbando: “Hoy toda la clase política pide la renuncia de Zaffaroni”. Algunos opositores no estuvieron a la altura de la circunstancias, pero no fueron todos ni todos pidieron esa renuncia. Al día siguiente Eduardo Feinmann, escoltado por una agradable joven más que sugerida como miembro de un hipotético sistema prostibulario Zaffaroni, seguía goteando sangre por los colmillos, extático de volver a escrachar al viejo enemigo.
Está claro que en algunos de los últimos acontecimientos explotados por los medios (caso Shocklender, la brutal represión en Jujuy) hay situaciones reales que merecen ser debatidas e investigadas. Más evidente es que los medios opositores paladean esos hechos mientras atacan no sólo a un gobierno sino a los mejores referentes de un tiempo cultural e histórico. Está clarísimo especialmente con Zaffaroni, un personaje de un brillo, una audacia y una densidad intelectual ubicadas muy por encima de las planuras progresistas, que aún cuando son tibias irritan al conservadurismo. Zaffaroni, aunque no sea la mejor manera de hablar en su favor, es un auténtico demonio de abuelitas.
A principios de 1999 quien escribe publicó una nota de tapa sobre el nacimiento del fenómeno Radio 10 (reflejo conocido de ciertos segmentos y climas sociales) en el semanario Trespuntos. Uno de los entrevistados fue un periodista/columnista de Daniel Hadad, que en esos meses estaba más que distanciado con su jefe y llegó a decir de él, oponiendo su tono de presunto liberal equilibrado:
–Está muy loco, es un nazi. Es capaz de cualquier cosa.
Que la mayor parte de los periodistas de C5N/ Radio 10 representa a una derecha dura de rasgos populistas no es novedad. Sí es relativamente novedoso que parte de la construcción de agenda en las últimas dos semanas haya sido generada no tanto por el sistema Clarín sino por las publicaciones “más Murdoch” de Perfil, más la larga resonancia en C5N y Radio 10. Atención: esta gente es muy eficaz: aprietan, aprietan, hasta conseguir, como sucedió con el gobierno de Aníbal Ibarra y algún otro, instalar una consultoría de comunicación en el centro mismo del Estado.
Existe el antecedente algo olvidado del modo llamativo en que Radio 10 obtuvo, cuando Fernando de la Rúa fue jefe de Gobierno, el permiso para ocupar la frecuencia histórica y privilegiada de Radio Municipal en el dial, la 710, en medio de escándalos. La versión de entonces fue la de un mal llamado “pacto de no agresión” devenido de una amenaza: una cámara oculta había filmado ñoquis de aquel gobierno, o una presunta casa en Miami a nombre de Inés Pertiné, o existían irregularidades también presuntas en los títulos universitarios de los hijos de De la Rúa.
De nuevo: primero aprietan, después controlan la comunicación, hasta que finalmente la política misma se subordina a esa comunicación. El que esta semana se degradó políticamente por pretender crecer desde la pura comunicación fue Ricardo Alfonsín. Hasta ahora, aunque cada vez menos, venía disfrutando de un privilegio insólito y envidiable: muchos sienten (sentimos) una natural simpatía hacia su figura por transferencia de apellido. Ya no. Acaso para parecerse a su padre o para aventar la reticencia de muchos ante la inconsistencia radical a la hora de gobernar, a Ricardo Alfonsín se le da por sobreactuar vehemencia y seguridad en sus intervenciones. Esta vez la pifió: porque siendo, en teoría, un demócrata dialogante entre opositores junto a Hermes Binner, fue el que más quedó en off side por gritar más fuerte y más a destiempo que los demás.
Lo que sucedió con Alfonsín –dejarse arrastrar por el populismo amarillo de Perfil y el populismo caníbal de C5N– ocurrió en menor medida con otros referentes de la política y con La Nación, hasta que el propio diario se llamó (tarde) a cierto sosiego respetando indirectamente el pedido de “mesura” del titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. Lejos de esa mesura, aquel periodista entonces distanciado y según él perseguido, amenazado y espiado por Daniel Hadad y que luego volvió a trabajar en sus medios, decía que el empresario mediático había fusionado en su personaje a Bernardo Neustadt, a Carlos Menem y a Alfredo Yabrán. Neustadt, “por su falta de escrúpulos”. Menem, por “hacer daño sólo por deporte”. Yabrán: “Todo lo que tiene que ver con el mundo de los servicios de inteligencia”.
En sus comienzos nítidamente militaristas los conductores de Radio 10 solían añadir a la frase “Hay mucho delincuente suelto”, “Hay mucho Zaffaroni suelto”. En tiempos de escándalo Murdoch, de espionaje y chantaje mediático sobre las instituciones, sería bueno que la política recuperara autonomía, en lugar de hacer seguidismo de rodillas.
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