Entre lo espontáneo y lo estrambótico
Un reclamo clasista, marcado por el odio. | AP
El cacerolazo del jueves 13 confirmó que reunir a miles de ciudadanos, bajo consignas primarias impulsadas desde la corporación económico-mediática, es el resultado de una elaboración sistemática de quienes no están dispuestos a ceder sus privilegios.
Por Gustavo Cirelli, Tiempo Argentino. Más allá de la ansiedad que le despierta el 7 de diciembre, la corporación económico-mediática, si bien afectada, mantiene su eficacia. Lo demuestra cada día al construir su relato, con el que pretende suprimir y estigmatizar un proyecto de país que hace menos de un año fue refrendado por las mayorías en las urnas.
En tanto, la era de la hiperconectividad confirmó anoche que reunir a miles de ciudadanos, bajo consignas primarias impulsadas desde el poder concentrado que se oculta anónimo en las redes sociales, es el resultado de una elaboración sistemática de los que no están dispuestos a ceder sus privilegios ni un poquito así. Y ahí radica algo de lo que se pone en juego y que se echó a rodar, una vez más, anoche, en la escena pública. Pero un día antes, cuando Cristina anunciaba un aumento en la Asignación Universal, ciertos sectores medios que ya calentaban sus cacerolas hicieron un poco de ruido para no escuchar que un beneficio, esta vez –otra vez– llegará a millones de compatriotas. Entonces, lo que quedó expuesto en las calles de la Capital Federal y de los principales centros urbanos del país, es que una parte de la clase media no quiere al kirchnerismo. Nada novedoso.
No es bueno dramatizar ante una manifestación ciudadana, pero tampoco hay que descuidar que detrás de las consignas que se vocearon, por caso, en la zona norte porteña, se concentró bastante odio de clase por metro cuadrado. ¿Qué es si no la descalificación a un gobierno democrático al que llaman dictadura? A las dictaduras se las combate, se las resiste hasta expulsarlas del poder. Por eso el supuesto constitucionalismo expresado ayer, en verdad, es todo lo contrario a lo que insinúa mostrar. Lo de anoche fue un reclamo difuso, pero sectorial al fin. Y clasista. El canturreo de "si este no es el pueblo, el pueblo donde está", definía que el pueblo, el que se expresa en las mayorías, no estaba. El de "las patas en la fuente", el que está en las barriadas populares, en las fábricas, en las universidades del Conurbano, entre aquellos que el mango que ganan lo derraman en el consumo o ahorrando para el futuro de sus hijos y no especulando con el dólar. Esos no estaban ahí. Por más que los planos –cerrados– de TN al ras de "los vecinos", la pantalla partida –remake de la crisis campera de 2009–, la profusión de imágenes que buscaban connotar una multitudinaria concurrencia, no sean más que el mecanismo reiterado que insiste con imponer una subjetividad del malhumor, de la antipolítica. Y ese es un río revuelto al que los grupos concentrados saben echar sus redes para pescar. Con qué fin, es obvio: no perder sus privilegios. No hubo espontaneidad en la marcha de ayer, por eso el gobierno nacional debe tomar nota de lo que sucedió, porque enfrente se relame la "restauración conservadora", como alguna vez definieron los intelectuales de Carta Abierta. Y como lo recordó Cristina días atrás, cuando señaló que de acá al 7 de diciembre pueden pasar "cosas estrambóticas".
La historia argentina está atravesada por episodios estrambóticos. Y en esos desbordes, los que perdieron fueron los sectores populares, no precisamente "los vecinos", "la gente" que se encuentra en Twitter para marchar a la Plaza de Mayo pacíficamente y sin pisar el césped. Ya vendrán los que busquen resignificar la planificada concentración de anoche y compararla con las espontáneas manifestaciones de la "primavera árabe" contra las dictaduras. Una canallada. Ya se verá.
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