El puteador anti-K y la invocación de la tragedia
Comentarios en Perfil.com sobre el nieto de la Presidenta.
Fito Paniagua | Contacto
Lejos de fomentar el debate, el espacio reservado a los comentarios de lectores en las webs de los diarios se reafirma como una verdadera cloaca. Abundan los improperios y las descalificaciones a la figura presidencial, que no son más que reproducciones de lo que se dice en los medios opositores al Gobierno. Es un coro monocorde y repulsivo, cargado de prejuicios sociales, ataques misóginos y estereotipos lingüísticos.
Hay asuntos de la cotidianidad personal que se entrelazan con nuestra
condición de ciudadanos. Es ahí cuando nuestras experiencias individuales empiezan
a correr por un borde impreciso. Las redes sociales vinieron a desplazar decididamente
ese límite, claro está, hacia lo público, y, en consecuencia, es más fácil
saber qué piensa fulano o mengano sobre tal o cual asunto en Facebook y Twitter.
Los comentarios de los lectores de las páginas webs de los diarios constituyen
otro espacio de este fenómeno, que, lejos de afirmarse con un ámbito de
discusión y debate, terminó conformando una verdadera cloaca, donde abundan los
improperios, los insultos y las descalificaciones más execrables.
De más está decir que lo peor proviene de los sectores contrarios al Gobierno
nacional, que agreden, denuestan y vituperan sin piedad a Cristina Fernández. El
foro de Perfil.com se destaca por el nivel de violencia verbal contra la
Presidenta y todo aquel que ose apoyar alguna medida gubernamental, como sucede
con el periodista Víctor Hugo Morales, a quien la prensa opositora declaró
enemigo público y los comentaristas anti-K suelen pedirle que vuelva a su país
natal, Uruguay.
“El antikirchnerismo en las redes sociales se expresa con un grado de
barrabravismo de linchamiento que atemoriza, porque en muchos casos es evidente
que se trata de personas comunes que en sus vidas cotidianas no asumen esas
formas de violencia tan prepotente, tan insultante y sobre todo tan amenazadora”,
analiza Luis Bruschtein, en Página 12. Y opina que “ese grado de rabia y
crispación desaforada” se explica más bien por el “oportunismo o por la acción
de los grandes medios y la irresponsabilidad de confundir shows mediáticos con
programas periodísticos, de hacer acusaciones generalizadas sin pruebas, o
realizar operaciones”, que por las reales diferencias políticas entre
oficialismo y oposición.
El conglomerado mediático opositor es decisivo en este fenómeno de
foristas que solo putean*. Putea el conductor del programa Periodismo para
todos, cada domingo, en Canal 13, cuando se para frente al micrófono en esa
especie de stand-up pensado solo para golpear al Gobierno. Putean también,
aunque en tono académico, los editorialistas de La Nación cuando trazan un
paralelismo entre el nazismo y el fascismo y el gobierno de los Kirchner. Putean los columnistas de
Perfil, como Nelson Castro, Pepe Eliaschev y Alfredo Leuco… Todos ellos atizan
el fuego de la intolerancia, el ataque misógino y el odio.
En verdad, este arquetipo puteador anti-K convive con nosotros y se
manifiesta abiertamente aun cuando no se lo quiere escuchar. Una compañera de trabajo (bien
puede ser una vecina, un familiar) viene desde hace años quejándose todos los
días por todo lo que hace el Gobierno. Lee todos los días la página web de
Clarín desde los datos del tiempo al horóscopo y termina exhausta de odio. Odia
a Cristina (a la que llama, como muchos, Kretina).
Se indigna por la inseguridad, el impuesto a las ganancias, el cepo al
dólar, todos temas implantados por la agenda mediática corporativa que conduce
Clarín, aun cuando su sueldo está muy lejos del mínimo imponible de Ganancias y
no está en sus planes viajar al exterior para hacerse mala sangre por la moneda
estadounidense.
Condena la supuesta indiferencia del Gobierno hacia los qom de Formosa y
se solidariza con la lucha de Félix Díaz, de la comunidad La Primavera, pero
jamás admitiría que un qom viviera al lado de su casa, como no lo haría con
ningún pobre, porque, para ella, pobre es sinónimo de delincuente.
Despotrica contra la asignación universal por hijo porque, como muchos,
está convencida de que las chicas se embarazan para cobrar el beneficio, quizá
influenciada por los dichos del cómico excandidato a gobernador de Santa Fe, Miguel del Sel, o los del senador radical Ernesto Sanz, para quien la AUH se va por la canaleta de la droga y el juego.
No hay en ninguna de esas opiniones tan vehemente expuestas un atisbo ya
no de reflexión política (sería demasiado), sino solamente de apego a la
realidad. La única realidad, para ella, son los títulos de Clarín. Y esa
defensa encendida de intereses ajenos es tan absurda como la escena que
describió una periodista en que dos señoras correntinas hablaban en la vereda sobre
qué debía hacerse en caso de que levantaran el programa de Jorge Lanata, cuando
empezó a circular el rumor de que el Gobierno quería intervenir el Grupo
Clarín.
Es un coro monocorde muchas veces repulsivo por la abundancia de
estigmatizaciones y prejuicios sociales, la necesidad de identificarse con una
clase social a la que no se pertenece, el desprecio por todo lo que sea la
política y la militancia partidaria, la repetición irreflexiva de estereotipos
lingüísticos –como ultra-K, relato, populismo– y otras construcciones semánticas (La Cámpora,
sinónimo de chicos que se apoderan de las empresas del Estado; bóveda, igual a
recinto donde Néstor Kirchner bajaba por las noches a acariciar billetes, según
la versión de Mariano Grondona), y la exaltación ciega de todo lo privado en
desmedro de lo público.
Bruschtein comenta que “en algunos programas de televisión que reúnen a
periodistas y dirigentes de la oposición, se habla en esa intimidad de sus
adversarios políticos con el mismo tono degradante y violento” que usan los
foristas, con lo que “le corresponde a la oposición asumir un discurso más
político si no quiere invocar nuevamente a la tragedia”.
Así, oposición, periodismo opositor, sectores reaccionarios y militantes
involuntarios –o no tanto– de la furia anti-K se retroalimentan. Y retroalimentan
su odio, que no es más que la expresión desesperada de la impotencia de un
sector que, huérfano de representación, se ilusiona con candidatos ungidos en
la tapa de diarios, y añora el autoritarismo cívico-militar de los 70 y el
neoliberalismo de los 90, esos años en que no había yeguas, pero sí zorros
cuidando el gallinero. La tragedia.
* Según el DRAE, injuriar, dirigir palabras soeces a alguien.
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