Burradas que calan
Fito Paniagua | Contacto
▪ La responsabilidad de la prensa en el uso del lenguaje. Los errores que provienen del desconocimiento y aquellos que, presentados como inocuos, esconden prejuicios y posicionamientos ideológicos. No se trata de un análisis desde el purismo lingüístico, sino de la necesidad de informar con talento, renovación y, sobre todo, humanidad.
“Los
periodistas no hablan peor ni mucho menos que el resto de la población, pero
tienen mucha responsabilidad y se les debe exigir, dado que son una parte
importante en el desarrollo de la lengua”, opina el director de Fundéu BBVA
(@Fundeu), Joaquín Müller-Thyssen.
El
hecho de que personas con proyección pública no respeten las normas del
lenguaje pone en riesgo que “las burradas lleguen a calar en la sociedad” y,
por tanto, se extiendan. Además, la acumulación de erratas “pone en riesgo la
imagen de quien las comete”, señala el presidente de la Unión de Correctores
(Unico), Antonio Martín (@_amoenus).
Son
frases que se recogen de un artículo publicado en 360gradospress.com, sobre la despreocupación cada vez mayor por el buen uso del
lenguaje de los editores y redactores de diarios impresos y digitales, y
también en las personalidades públicas.
No
solo se trata de ortografía o del uso incorrecto de palabras y expresiones,
sino, como advierte Hugo Muleiro, escritor y periodista, presidente de Comunicadores
de la Argentina (Comuna), de formas que “saltan de la categoría de detalle
relativamente inocuo a la de instrumento incisivo, diseñado y usado para
difundir una postura política y una ideología (o, como parece obligación decir
actualmente, para construir sentido)”.
Los
correctores de diarios están hartos de corregir expresiones tales como trabajo
en conjunto, una forma impuesta por los encargados de la prensa oficial, no
siempre avezados en el manejo del lenguaje. En
conjunto es una locución adverbial que significa ‘en su totalidad, sin
atender a detalles’ (El espectáculo me
pareció en conjunto muy atractivo) y
está lejos de ser lo adecuado para mencionar la mancomunión.
Del mismo modo, los partes oficiales contaminaron los textos periodísticos con el uso incorrecto de en pos de, la locución con valor preposicional análogo a tras (‘en seguimiento de o en busca de’) y que suele emplearse en vez de en pro de, locución preposicional que significa ‘en favor de’.
Muleiro
menciona el caso de la media sanción que dan los diputados y senadores a un
proyecto de ley, que en sentido literal es que se sancionó la mitad de la
iniciativa y no que la aprobó una “mitad” del Congreso. Y otro más: “El relator
o comentarista deportivo suele decir que el jugador ‘se ganó la amarilla’, como
si la amonestación representara ganancia y no perjuicio”.
Hay
errores que responden más bien a la propia espontaneidad del discurso, como el
cometido por una dirigente correntina, que lanzó la amenaza: ¡que se *abstengan a las consecuencias!”, en
lugar de que “se atengan”. Abstener y atener no significan lo mismo.
El
problema es cuando el uso del lenguaje en el periodismo encubre prejuicios y
posicionamientos ultramontanos. La defensora del lector del diario El País, Lola Galán, tuvo que responder
sobre el uso de la expresión “inmigrantes ilegales”. “Tiene razón el lector. El
Libro de Estilo no permite el empleo del término ‘inmigrantes ilegales’”,
escribió la defensora.
Justamente,
Muleiro advierte sobre el uso del mismo término en la prensa argentina para
referirse a la reforma migratoria del presidente de Estados Unidos, Barack
Obama. Muleiro califica de lapidario el término, que “cuelga el cartel de ‘ilegal’
a la persona que incurre en alguna irregularidad migratoria y negándole su
condición natural de sujeto pleno de derechos, que, como se sabe, no se
extingue al pasar frontera alguna”.
“Atrasan
estos medios, y específicamente Clarín
y La Nación, respecto de
organizaciones periodísticas con las que tienen vínculos y que hasta pueden ser
objeto de su admiración, como la agencia estadounidense de noticias The Associated Press. Esta empresa, aun
con sus tomas de posición política y su defensa evidente de los intereses de
Estados Unidos, decidió en abril de 2013 erradicar de sus textos la palabra ilegal para los inmigrantes porque ‘ningún
ser humano es ilegal’, como dijo su directora ejecutiva, Kathleen Carroll”,
aclara Muleiro.
En
Argentina, la prensa hegemónica banalizó el proyecto de ley de una legisladora
porteña para subsidiar a los transexuales mayores de 40 años. En lugar de trans, usó la palabra travesti. No se sabe si lo hizo por
ignorancia o con el solo fin de despertar el encono en los retrógrados.
Trans es el
acortamiento de transexual, que,
según el Diccionario, es la persona
‘que se siente del otro sexo, y adopta sus atuendos y comportamientos’, y la
‘que mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgica adquiere los
caracteres sexuales del sexo opuesto’. La
transexualidad tiene que ver con la identidad de género, que alcanza a nacidos
hombres y mujeres, y no solo a los travestis. Como dice Muleiro, atrasan estos medios.
Al
menos en la prensa de la región, la simplificación grotesca y brutal de la
realidad tiene más que ver con una supina ignorancia que con condicionamientos
ideológicos o la lucha por intereses económicos, que es lo que gobierna a la
prensa corporativa con asiento en la ciudad de Buenos Aires.
En
sociedades como la correntina, se actúa en función de la doble moral de sus
elites (que son las que manejan los medios de comunicación), expresión acabada
del troglodismo, que, en definitiva, es una forma de ignorancia.
Siguiendo
a Muleiro, ni siquiera se trata de examinar los enunciados periodísticos desde el purismo lingüístico, sino solamente
desde la necesidad de una acción informativa que, con suerte, aporte frescura,
renovación, talento. Y, sobre todo, humanidad.
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